Juan Gil (Santa Cruz de Tenerife, 1972) nació para ser artesano y en el seno de una familia de Igueste San Andrés donde no era ajena esta faceta creativa, aunque en los tiempos de su abuelo, a quien todos conocen en este pueblo tropical de Anaga como Cho Tosco, esta actividad que desarrollaba por necesidad. Tan pronto se dedicaban a levantar paredes de piedras –de ahí el nombre su abuelo– como se manejaba con habilidad en los pequeños formatos.

De Cho Tosco no solo heredó las manos de oro sino hasta algunos enseres, como un punzón, una lecna o un serrucho que atesora en su taller al que acude a diario desde La Gallega, donde tiene su domicilio familiar, a Igueste San Andrés, donde solo las paredes de una casi centenaria construcción destilan historia y tradición que se atesora en poco unos escasos metros cuadrados. Acostumbrado a quemar goma a diario para cumplir religiosamente con su jornada laboral, Juan Gil es uno de los vecinos ilustres de este pueblo que enamoró a grandes de la cultura, como Isaac de Vega.

Su taller parece presidido por el bastón que curvó su abuelo a base de mojar la madera y someterla a calor y que está colgado de unas de las paredes. Juan Gil recuerda cuando aprovechaba que Cho Tosco estaba recostado y aprovechaba para buscar alguna moneda de cinco duros en sus gigantes bolsillos de la rebeca, donde siempre custodiaba la navaja de ancla que atesora todavía hoy su nieto.

Su padre se dedicaba a trabajar en una de las dos empresas que existían para el envasado de sal, mientras que su madre desarrollaba su labor en JSP. De chico, hacía la vida de un niño de pueblo, descalzo, saltando entre riscos y con la devoción por coger olas, hasta que finalizó sus estudios en el colegio del pueblo –en quinto de EGB– y continuó su formación académica en el Rodríguez Campos. Al llegar a segundo de BUP se le planteó la disyuntiva. Con 16 años tenía que elegir por dónde seguir sus estudios: ¿ciencias o letras?, y optó por ir a trabajar, hasta que la mayoría de edad lo llevó a realizar la mili.

De sus inicios en el mundo laboral en Teide Color desembarcó en La Gaceta de Canarias, cabecera que lanzó una promoción con la Virgen de Candelaria y precisaba embuchadores. Juan Gil no perdió la ocasión y del departamento de distribución pasó a la sección de maquetación, donde se diseñan las páginas en las redacción que luego salen al día siguiente; y hasta coqueteó con la edición digital de aquella cabecera, en una relación contractual que se prolongó durante quince años.

En paralelo a su ocupación profesional en La Gaceta, Juan Gil jugaba con la artesanía gracias a la oportunidad que le brindó la vida a través de su concuño Oscar Fraiz, artesano joyero de Lanzarote, isla a la que acudía de vacaciones. Su espíritu inquieto lo llevaba a, cuando lo acompañaba al taller, preguntarle en qué lo podía ayudar y poco a poco lo fue instruyendo en la técnica del calado o el manejo del arco de segueta con el que se corta el metal, hasta el punto que le remuneraba su aportación; eso sí, no con dinero, sino con algo mucho más valioso: cada temporada que pasaba con él le regalaba una herramienta. Y así comenzó a hacerse su ajuar de artesano. Primero un arco de segueta, luego un soplete…

El 6 de junio de 1996 Juan Gil elabora su primera pieza que realizó con un fósil y que conserva como oro en paño y en 8 de octubre de 1999 logra su reconocimiento oficial con el carné de artesano del Cabildo de Tenerife.

En ese intervalo, desde que trabajaba en La Gaceta hasta que convierte la artesanía en su profesión, Juan Gil vendía algunas piezas entre sus compañeros y amigos. Entre las primeras anécdotas de sus 26 años esculpiendo la plata, reconoce la emoción que sentía cuando veía a alguien por la calle con una de sus joyas, si bien reconoce que su trabajo siempre ha gozado de una gran aceptación lo que le ha permitido contar con una amplia clientela a la que atiende de forma personal.

«Me considero un profesional de mi trabajo y por eso cuido todos los detalles, desde la firma, la imagen, el contacto con el cliente, que sepan quien está de la joya, quien la trabaja en el taller»; algunas de las claves de su éxito, a lo que ha unido su continua formación e incorporación de técnicas. Así, ha dejado de fundir la plata para comprar directamente las planchas y la materia prima en ferias de Madrid, donde también aprovecha para renovar o ampliar su maquinaria. Juan Gil no se anda con remilgos: «Con esta profesión se puede vivir y sacar la familia para adelante». A los conocimientos adquiridos de la mano de Oscar Fraiz, sumó la formación a través de los libros con los que se fue haciendo; «entonces no habían tutoriales en youtube como ocurre en la actualidad», se ríe.

Y para muestra, un botón; que en su caso mejor sería una argolla. Conoció a su esposa, Desi, en los bailes de San Andrés, como no podía ser de otra forma entre los oriundos de Anaga y fruto del matrimonio nacieron Dácil, que ya tiene 17 años, y Aday, de 13, a la mayor la ha hecho partícipe de sus proyectos, como le pintó la argollina que Juan Gil transformó en argolla con forma de gallina.

Para enamorarse de su profesión, Cupido no le lanzó una flecha sino una argolla canaria, como las de toda la vida, que se han convertido en su complemento de referencia. Como las que tenía su madre, Milagros –componente de la agrupación folclórica Brisueño, de Igueste–; unas chiquitas que reversionó Juan Gil en un formato mayor; o el dibujo de su amiga Lorena que él llevó a la plata.

«Empecé a jugar con la argolla canaria y sus formas: ovaladas, canarias, grandes… y sin darme cuenta estoy aquí», comenta con naturalidad y pasión por el oficio, en una trayectoria en la que puede presumir de haber recibido el encargo para realizar el regalo institucional con motivo de la inauguración del tranvía o cuando le pidieron un juego de broche, argolla y brazalete para los entonces Príncipes de España que acudieron a la reapertura del teatro Leal, o la relación que ha mantenido con el Ayuntamiento de Santa Cruz, quien le ha confiado la elaboración de las argollas para la reina del Carnaval y su corte de honor desde hace más de dos décadas.

De las argollas al cetro. Es el nuevo reto en el que está inmerso desde hace casi dos meses y en el que trabaja de la mano de un compañero de lujo, el lutier David Sánchez, con quien se surge en otra línea de joyería más contemporánea que amplía su diseño tradicional, aunque Juan Gil es capaz de hacer un pendiente inspirado en el esqueleto de una penca.

Para Juan Gil el Carnaval no le es ajeno, y si no, que le pregunten a los vecinos del Lomo El Llano, donde tiene su taller en Igueste, por la música que escucha: ¡murgas! a un volumen elevado para disfrutar de la letra y sortear el ruido de la maquinaria. Singuangos, Mamelucos, Bambones… no paran entre argolla y argolla.

Este artesano es carnavalero practicante. De niño militó en las filas de El Cabito, la murga infantil de Angelita González, con la que logró un primero de Presentación, con un traje de bolas partidas a la mitad y forradas y un segundo, con una cabeza de chicharro. Al tercer y último año como componente se sumó a las filas de los Noco Mocos, siguiendo los pasos de sus compañeros de colegio. «Yo iba caminando desde Muelle Norte hasta el cuartel San Carlos para ensayar con El Cabito».

La artesanía le permitió el encuentro con uno de los grandes de la pasarela de modas y el diseño de reinas, Juan Carlos Armas, que le propuso fusionar las argollas y los diseños, lo que supuso el inicio de otra faceta profesional a la que continúa vinculado.

A Juan Gil el trabajo lo motiva; es de esas personas que casi pagaría por desarrollar su labor profesional, y si a esto se suma que lo sazona de Carnaval, miel sobre hojuelas, lo que no evita que durante semanas sienta el peso de la responsabilidad por el encargo recibido para dar forma al cetro de la reina, que se transformará gracias a su obra y arte en la joya más codiciada por las niñas, jóvenes y mayores protagonistas de la gala. El cetro ya tiene rey: Juan Gil.

Humberto Gonar eldia.es

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