Un destello apenas perceptible, una ráfaga de brillo, algo inesperado, pero familiar.

Días atrás, en una reunión de trabajo, la mejilla de quien estaba en el uso de la palabra se iluminó con lo que a todas luces era un resto de purpurina. Suele pasar.

La purpurina del último carnaval tiene la capacidad de hibernar durante meses, agazapada, resguardada en los pliegues de la piel, sobreviviendo a geles y cremas, discreta pero orgullosa, paciente, consciente de que su permanencia en la piel simboliza un sello de calidad, la denominación de origen del buen novelero. Quienes estaban en la sala no hicieron ningún comentario, pero allí estaba, incrustada en la cara diez meses después del sábado de piñata. La purpurina desató una tormenta de recuerdos en el resto. Fue la mecha que generó varios suspiros.

Yo el viernes 12 de febrero me mandaré una peluca para venir a trabajar, dijo el gerente.

¿Perdón? -respondió el consejero delegado-.

Disculpen, pensaba en alto sin querer -susurró el gerente-. ¿Y por qué no?, remató su jefe, que ya lanzado abundó en la idea. A

las pelucas, o a los disfraces, les pasa lo que a la tele, los coches o internet, si se les da el uso adecuado son una bendición, y si ese viernes la gente se disfraza para ir a trabajar, cumpliendo a rajatabla con absolutamente todas las restricciones de aforos, horarios o reunión, por qué no, por qué renunciar a darnos una tregua sumándonos, demostrando que somos perfectamente capaces de compatibilizar un guiño al carnaval con la responsabilidad y el respeto que la situación exige, porque no será una fiesta, no toca, ni bailes, ni reuniones, mandarnos la peluca en la calle es otra cosa, es disfrazarnos únicamente para ir a trabajar, acercarnos al banco o al ayuntamiento para no sé qué gestiones, recoger a los chiquillos en el cole, en fin, lo que haríamos cualquier otro día, pero con peluca y algún detalle, qué se yo, algo de purpurina, un no sé qué de maquillaje, al fin y al cabo el carnaval se hizo grande porque somos capaces de divertirnos sin liarla, con responsabilidad y civismo, así que el 12 de febrero volveremos a demostrarlo, vamos a mandarnos la peluca y lo haremos siendo más responsables que ningún otro día, estrictos, respetando hasta la última restricción, la pandemia nos dejó sin calle, vale, pero no sin ilusión -remató el consejero delegado-. Sonó el teléfono.

Al otro lado se escuchó la voz de Darío López. ¿Nos mandamos la peluca? -preguntó-. Por supuesto, respondieron.

Jaime Pérez Llombert Diario de Avisos

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