En aproximadamente tres horas, la comitiva ya enfilaba la recta final de la calle León y Castillo, rumbo al parque San Telmo. El buen ambiente y la música variada hizo que las diferentes generaciones de carnavaleros que asistieron, se lo pasasen en grande durante el recorrido. El humor y el cachondeo entre los que iban en las carrozas y los que estaban a los lados de las calles, animaron el paseo.

Alguien debía estar marcando el tiempo de paso, o con el cronómetro activado en el parque San Telmo, porque si por algo será recordada la Gran Cabalgata del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria este año, no sólo va a ser por haberse celebrado en verano, sino la velocidad con la que pasaron las carrozas participantes.

El hecho de que no participaran los grupos del carnaval, evitó paradas y descansos e hizo que el tránsito fuera más fluido por la calle León y Castillo. Tanto fue así, que a las 20:00 horas (tres después del arranque), restaban pocas carrozas por pasar por León y Castillo, a la altura de Venegas.

Siendo así, no se equivocaron Ángel, Dimas y Bárbara en reunir a sus amigos y formar el equipo de mecánicos de Pal’ A Rastrez, ganadores de la Pingon Cup. Capitalinos de pura cepa, el creador del disfraz fue el propio Ángel, aunque la primera idea era vestirse sólo él de «llavero para llaves del coche», pero el resto del grupo lo «embaucó» y lo convencieron de formar parte del box de Cars.

Entre el popurrí musical que sonaba en el ambiente, con estilos para todas las edades, con temas que iban desde los clásicos latinos como La Loba, de Las Chicas del Can, o La Luna y tú, de Ráfaga, hasta el reguetón más actual como Bad Bunny o Anuel, Rafa El Bombonero, repartía humor y bombonas, ataviado con su mono de trabajo, que incluía una más que insinuante apertura trasera, donde lucía una pieza de ropa interior, reducida a la mínima expresión. No estaba «de estreno», ya que había bajado «al Carnaval de Maspalomas», porque allí «también les hacía falta gas», entre otras cosas.

Los turistas recurrentes
En la plaza de la Feria, ya el tumulto era considerable. Como si hubiese llegado un crucero para la ocasión, la comitiva multicolor estuvo plagada de turistas, disfraz recurrente donde los haya, y que aprovechó una mayoría para resolver la papeleta. Al final, el traje es lo de menos, lo que importa es el ánimo, pero se notó que para este carnaval estival, nadie quiso complicarse con demasiados diseños propios.

Hippis, hawaianos, angelitos, oscuras Maléficas subidas en las carrozas… el jolgorio reinante estuvo perfectamente controlado, merced a la buena labor de un grupo de la Pollicía Canaria, que no dudaron en organizar tanto el tráfico rodado, como el peatonal. «Por aquí, caballero, porque si no lo multo», dieron las pertinentes indicaciones de la dirección a tomar, con las linternas especiales del carnaval.

Asentados en una de las esquinas de la plaza se encontraba una familia de tritones y caballitos de mar, del grupo de baile Amanecer Rociero, que son unos asiduos en los actos carnavaleros, donde llevan participando «15 años». Ellos mismos elaboran sus disfraces y deciden vivir el Carnaval «en familia», ya que son diferentes generaciones las que forman parte del colectivo.

Conforme iban circulando carrozas, el ritmo de paso fue disminuyendo, mientras que el número de participantes aumentaba, sobre todo, con un público juvenil que vibraba al ritmo de la música.

Las Fridas pusieron el arte
De la multitud surgió un Ferrero Rocher, procedente de Senegal, que subrayó que ya llevaba «18 años bajando a la Cabalgata». Con tez morena y cubierta de oro, este bombón señaló que no se lo pierde, «por nada del mundo».

Desde Santa Lucía de Tirajana, fieles a su cita carnavalera, estuvo presente el colectivo Karnal, con las Priscilas reinas del desierto, que con sus tocados en forma de corazón y buena vibra, contribuyeron al colorido, y no dudaron en invitar «a un cubata», que hace que la inspiración fluya mejor.

En una manifestación cultural tan relevante como la Gran Cabalgata, siempre hay un espacio para la pintura. Asier, con la típica gorra de pintor francés, hacía las veces del artista colombiano Diego Rivera, en mitad de la calle, y sin desconcentrarse, trazaba con delicadeza los rasgos de dos Fridas, Haidee y Sara, que sonrientes aguantaban el marco donde estaba encuadradas. «Soy el amante número uno», manifestaba abiertamente Asier. Entre tanto, una sonriente brujita que merodeaba por los alrededores, se acercó al ver tan bonita estampa, y no dudó en preguntar al que le estaba haciendo las preguntas a sus amigos y anotando en un cuaderno: «¿De qué vas disfrazado?, ¿de escritor?», obteniendo como rápida respuesta: «En este caso, de periodista trabajando».

Xabier Leal La Provincia - Diario de Las Palmas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *