Vale para los tiempos presentes, de pandemia y sentencias, parafrasear a Pedro García Cabrera e imaginar que un día habrá una fiesta que no sea silencio amordazado.

La covid anuló las celebraciones e instaló la tragedia, así la especie humana, la única que hace fiesta, la única que sabe hacerla, ansía el retorno a su condición anterior y desespera por volver a adoptar una disposición festiva, esa que pasa por excluir cualquier ánimo serio, grave o riguroso, condiciones inexcusables para dar vida a la fiesta, en palabras del profesor Enrique Gil Calvo. Pero ella solo puede cobrar vida en comunidad, por tanto es pública, algo reñido con la lucha contra el virus que mata y empobrece.

Así las cosas, uno tras otro, los festejos han enmudecido y las calles que en tiempo de fiesta son punto de encuentro y celebración no son mas que lugar de tránsito en el que se hurtan los abrazos. Pero cuando la pandemia pase volverán, porque celebrar es consustancial al ser humano. Regresarán y todo lo que ellas conllevan, y ahí retornamos al debate que tiene bastantes similitudes con el mantenido durante este año y medio de crisis sanitaria: salud/economía, derecho al descanso/festejo generador de riqueza.

Viene a cuento esto de algunas sentencias recientes con las que los jueces marcan el ritmo de vida, con interpretaciones varias, y parecen ser que son los que nos gobiernan, consecuencia de la dejación o insolencia y soberbia, marca de la casa, de los gestores políticos.

La decisión judicial de suspender el carnaval de día en Vegueta, que es de día y es un día, insta a llevarlo a un lugar que no afecte a los residentes. ¿Alguien cree que en un municipio con tan alta densidad demográfica como la capital grancanaria, hay algún sitio en que un acto tan masivo no afecte a tres vecinos? ¿Vale al argumento para las cabalgatas, sonoras, bullangueras y generadoras de residuos, que atraviesan la ciudad de banda a banda? ¿También para La Rama y todas las romerías populares?

Hay debate. Como lo hay por el consentimiento a abrir los interiores de los bares y restaurantes, al margen de los datos pandémicos, porque, como dice otra sentencia, el sector hostelero no puede quedar «al pairo de las evoluciones de contagios» ni ser «torturado por la incertidumbre más absoluta de ahora cierro, ahora abro y pasado el gobierno dirá».

A la desazón añaden confusión. Aún así, cuando todo esto pase, un día habrá una fiesta que no sea silencio amordazado.

Vicente Llorca Llinares Canarias7

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