Damas, caballeros y mariquitas simpatizantes”. Toda bienvenida marca el carácter de un espectáculo y esta era la forma con la que Paco España, vestido de folclórica, saludaba a los que cada noche se acercaban a los clubes donde, con su voz rasgada y cansada, cantaba, danzaba e imitaba.
Se dice que su fama fue tal que llegó a cobrar hasta medio millón de pesetas por actuación. Murió en 2012 con 67 años totalmente devorado por las subidas y bajadas que provoca el mundo de la farándula. De su legado, que en vida parecía inmortal, apenas quedan ahora un par de vídeos en YouTube, una aparición en el programa de televisión Callejeros y otras pocas crónicas de su fallecimiento.
Por el día, cuando bajo el sol oculta el descaro de la noche, Paco España se llamaba Francisco Morera García. Nacido en el barrio de La Isleta, en Las Palmas de Gran Canaria, este hombre se dejó encandilar por las variedades nocturnas y se convirtió en uno de los transformistas más exitosos de la Transición, donde fue el rey con sus imitaciones a lo Lola Flores, a la cual parodiaba con un amor tan hiperbólico que le propulsó a la fama.
Criado en la España profunda de Franco en 1951, sus primeros escarceos en la interpretación vinieron con versiones de Joselito en las radios locales de sus islas. Ya como quinceañero sus ojos miraron con deseo Barcelona, de los pocos ambientes donde resistían ambientes liberados, y allí marchó en busca de su verdadero yo. Bata de cola para cantar por Lola Flores o trajes blancos ceñidos para ir por Paloma San Basilio. Paco España conoció la libertad que da la noche, pero también la condena que producen sus excesos, que le terminaron por pasar factura, y falleció de cáncer a los 67 años, olvidado por la farándula y por los espectadores.
Santiago Escalante, director y guionista de la obra teatral sobre Paco España que ha girado por todo el país durante este año, confiesa su admiración por este personaje: “Tenía dos hijos, pero no supo gestionar los altibajos y se fue a hacer puñetas. Termina en Canarias pidiendo ayuda y lo único que pedía era de comer, no una calle con su nombre. ¿Tanto miedo os da un maricón con una bata de cola?”, arguye el escritor.
“La que puede, puede, y la que no a fregar escaleras”, decía Paco España al subir a la platea y arrancarse a cantar. Con desparpajo, presencia y un abanico en la mano derecha sentía que Rocío Jurado o Rocío Durcal apenas eran unas noveles a su vera.
Aunque sus primeros pasos fueron durante el tardofranquismo, Paco España de verdad alcanzó repercusión en los setenta, durante la Transición. Actuaba en garitos de ambiente de Barcelona como el Gay Club y en sitios que surgieron en entre 1976 y 1977. La barcelonesa sala Bocaccio, clausurada en 1985, también le vio entre bambalinas en noches de farra junto a Carmen Sevilla y Miguel Bosé, entre otros artistas de la época. Su fama alcanzó para grabar un disco que reagrupaba todas sus composiciones y que aún hoy se vende en Internet de segunda mano.
Para el recuerdo queda que hasta Lola Flores acudió a un espectáculo a verle, pero ella quedó algo contrariada al entender que su hija Lolita era fruto de bromas y escarnio sobre el escenario. “Fue a un juicio contra ella y lo ganó Paco. Llegó a ser una persona muy importante y no pasaba desapercibido”, esclarece Santiago Escalante, guionista de la obra de teatro sobre su figura.
El transformismo que desapareció durante el franquismo
Que un hombre se vistiera de mujer sobre un escenario apareció ya como un arte profesional a finales del s.XIX. “El transformismo será tan antiguo como la humanidad, pero reconocido como espectáculo fue gracias a las apariciones como las del italiano Leopoldo Fregoli, del que se dice que interpretaba hasta cien personajes, femeninos y masculinos, en una misma función”, recuerda Juan Carlos Usó, autor de la obra Orgullo Travestido.
El transformismo en España cayó en el olvido tras la Guerra Civil, donde la dictadura terminó de liquidar una variedad cultural que nunca tuvo un apoyo multitudinario ni fue aceptada de forma rotunda. Juan Carlos Usó pone sobre la mesa que “incluso durante la II República, en las ordenanzas municipales en vísperas de carnavales algunos alcaldes prohibían para el disfraz femenino en hombres”.
De hecho, hay testimonios de detenciones de transformistas durante la última república española, lo que indica que con la llegada de la dictadura todo esto se recrudeció más hasta su extinción en la práctica: “Cuando sale la ley de vagos y maleantes en 1933, se aplica a seis o siete homosexuales travestidos en el barrio chino de Barcelona. Sin embargo, desde 1918 hasta la II República es un periodo dorado. Meses antes de estallar la guerra, en Barcelona se abre el cabaret Barcelona de Noche, en la calle Tapias, y tenía hasta cinco transformistas en un mismo show”, relata el autor de Orgullo Travestido.
Un final solitario
Juan Carlos Usó ve en Paco trazas de una vida accidentada: “Sus comienzos no fueron fáciles. Se traslada a Barcelona porque es prácticamente el único sitio donde hay una cultura trans, incluso en las épocas más duras del franquismo, porque el barrio chino fue territorio apache para las autoridades”, sostiene.
Como otros tantos, se vio superado por la fama; no supo vivir sin la adicción que provoca: “Es gente que ha tocado el estrellato y que luego cae en el olvido. Hay quien lo soporta y sabe reciclarse y quien no. Podríamos hablar de que Paco España acabó mal”, relata el escritor.
Casado y con hijos, pero también con amantes masculinos, las fuentes y personas cercanas le etiquetan como bisexual. Tuvo un gran amor posterior que provocó su final abrupto: “Su pareja murió de mala manera y todo se lo quedó la mujer del amante. Terminó en una pensión de mala muerte vendiendo sus trajes, de vuelta en Las Palmas”. Su hermana ha querido en ocasiones desmentir esa versión de un Paco moribundo y desangelado, ya que asegura que se resguardó con ella y con su madre, que falleció con 102 años y que siempre estuvo orgullosa de su Paco. Un cáncer puso fin a su vida con apenas 67 años, y Paco España se apagó como la última estrella nacional que ha tenido el mundo del transformismo.
José Carmona