No llovieron navajas o granadas de mano, tampoco peces muertos forrados con cuchillas. El cielo no dejó caer sobre la Ciudad una lengua de electricidad y fuego. Ningún tsunami de desórdenes públicos, caos, vandalismo y destrucción arrasó con plazas o parques. No se quemaron contenedores. Nadie asaltó los supermercados ni acabó corriendo delante de los antidisturbios. No hubo batallas campales ni rebeliones al amanecer, ni conatos de guerrilla urbana. El alcohol no desbordó la red del alcantarillado, nadie se subió a las farolas ni a los monumentos con la mascarilla en el tobillo, desafiando a las autoridades competentes.

Desmintiendo a los cenizos, el fin del mundo no compareció. Solo los nueve o diez claveles más reenviados de la Edad Moderna (nueve o diez, ni uno más) equivocaron el año. Únicamente ellos desafinaron.

Ni un solo vídeo más, ni un solo incidente más; esa fue, realmente, la noticia. El titular no fue el vídeo sino que no hubo otro. Miles de vecinos sentados en cientos de mesas de decenas de restaurantes desmintieron a los agoreros del susto, la poca fe y la idea de que la gente ha perdido la cabeza. Se equivocaron. No se lió. Y no pasó porque bares, cafeterías, restaurantes y comercios están dejándose la piel para que las cosas se hagan bien. No se lió porque, aunque algunos lo hayan olvidado, este carnaval enamora porque le sobra buen rollo.

El carnaval de Santa Cruz no será el más multitudinario, ni el más observado del planeta, pero difícilmente puede darse con otra celebración tan pacífica, tan responsable, tan alérgica a liarla.

Cabría preguntarse en qué momento algunos han dejado de creer en la gente, por ejemplo en las miles de personas que el viernes se regalaron una tarde de risas sin provocar un solo incidente, sin caer en la irresponsabilidad o el lío que muchos presumieron. Merece una reflexión que tantas voces hayan asociado con automatismo a los carnavaleros con un tribu adicta al follón, a actitudes descerebradas, altercados y cosas peores.

Olvidan que el carnaval sigue cohesionando socialmente a miles de vecinos, haciéndolos partícipes de retos compartidos y, de paso, generando economía, trabajo. Cabría preguntarse en qué momento olvidaron que si algo ha hecho grande a este carnaval es que tenemos en los genes que si se lía se jode. El viernes se estrenó una costumbre.

Huele a que lo de ir a trabajar parcial o totalmente disfrazado el día de la cabalgata, o quedar para almorzar horas antes de que el carnaval se eche a la calle, es un paso que no tiene marcha atrás. No se lió. Los tóxicos se equivocaron.

Jaime Pérez Llombert Diario de Avisos

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