Después de 50 años dando la murga, Juan Francisco Díaz Castillo –conocido entre los amigos como Juan ‘El Breba’– decide hacer un alto en su trayectoria en el Carnaval, sin descartar el regreso como componente, sin responsabilidad, para pasar el rato y matar el mono, pero sin asumir las tareas que caracterizaron su paso en Ni Pico-Ni Corto y La Traviata.

Juan Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1963) es el más pequeño de nueve hermanos. Puede presumir de pertenecer a una familia pata negra del Carnaval gracias a la entrega de su padre, Abelardo Díaz, con el apoyo de su esposa, Rosalía Castro. Nacido en Somosierra, pronto se trasladó a Barranco Grande y a La Palma, de donde se trasladó con su familia cuando tenía 5 años para afincarse en el barrio de El Toscal.

Con ocho años, junto a su hermano Lalo, deciden meterse en una murga del barrio que no tenía ni nombre y que salió en 1972 con unos ponchos de mexicanos que le prepararon los padres de los componentes. «No teníamos ni director. Íbamos a cantar a la calle Miraflores y cantábamos canciones como Tengo un gatito muy chiquitito y luego pasábamos el sombrero y nos repartíamos la recaudación; era la época de las medias pesetas agujereadas. Entonces en estos grupos se utilizaban pitos, caja, bombo y platillo». Entre los componentes de aquel grupo de quince chiquillos, junto a Lalo y Juan, Rober, el recordado Paco (ya fallecido), Estebita y Chuchi».

Después del estreno de aquella murguita de niños que se estrenó sin nombre ni director en 1972 se constituye ya de cara al siguiente Carnaval –que por aquella época se celebraba bajo el nombre de Fiestas de Invierno– la murga infantil Ni Pico-Ni Corto, que tuvo su sede en la azotea del la vivienda número 52 de la calle San Martín, por encima de donde con el paso de años y décadas estuvo la sede de Ni Pico y hasta los próximos días, la de La Traviata.

Juan Díaz explica que la labor de Domingo Ortega Macía y Francisco Arocha, ambos banqueros de profesión, como la implicación de Roberto Mas –policía secreta– fue vital para evitar que los niños del barrio se quedaran en la calle. Los tres acordaron poner en marcha la murga infantil Ni Pico, para lo que fueron a hablar con Víctor ‘Charanga’ de la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, que no solo se comprometió a hacer las letras sino que le puso el nombre al grupo.

Las Fiestas de Invierno 1973 supuso el estreno de la murguita Ni Pico-Ni Corto, con veintidós niños en sus filas y con Roque como director, junto a Albertito Mas, los hermanos Quique y Franquis Arocha, Toño Ramírez o Ulises, familiar de Alberto Mas, y los hermanos Lalo y Juan Díaz, que también precisa que había tres niñas en el grupo: Lali, Gloria y Macu.

Explica que aunque no existía dirección musical, de forma innata hacían una segunda voz los hermanos Lalo y Juan desde los ensayos que se comenzaban desde septiembre, como se ha heredado hasta antes del covid.

En el devenir de los años, Juan Díaz recuerda que, siendo director de la murga infantil Ni Pico-Ni Corto, le cedió en 1977 la dirección a Manolo Peña, junto a otro nipico, Toño Ramírez El Chocolate, entre 18 componentes. Juan recuerda el Carnaval de 1980 cuando su padre, ya presidente de la sociedad, reunió a la murga y dijo que abandonaran el local aquellos componentes que él fuera nombrando. ¿El motivo? La ausencia de Manolo Peña y Toño Ramírez, componentes de Ni Pico, que no acudieron a una actuación que realizó la murga en La Laguna por estar colaborando con Mamelones; la decisión les llevó a crear Mamelucos.

En 1979 se crea la murga adulta Ni Corto-Ni Pico, con Abelardo Díaz al frente de la presidencia y Domingo Ortega en la dirección, por lo que se simultanearon los dos grupos –de niños y mayores– hasta que la ausencia de pequeños obligó a cerrar la infantil Ni Pico-Ni Corto en 1982 y desde el siguiente Carnaval –las Fiestas de Invierno desaparecen como tal en 1977– la murga adulta se presenta en concurso con el nombre de la infantil, Ni Pico-Ni Corto, cuando se estrena con un traje de jardineros y gana en Interpretación

En 1990 hace un parón la murga adulta, el año que salió disfrazada de Pinocho, a raíz de la enfermedad que sufre Abelardo Díaz. Al no salir a la calle Ni Pico, Juan se suma a las filas de Chinchosos –el año de El Paro– y gana peso la amistad con Alexis Hernández, un vínculo que se mantiene en la murga show hasta 1993.

Un año antes, en 1992, con la autorización que le había dado su padre, Juan Díaz constituye junto a Loli Peña, May y un grupo de murgas Ni Picas-Ni Cortas, con letras de Alexis Hernández y la colaboración musical de Francis Trujillo La Juana, Cristo Casas, el propio Alexis Hernández y Juan Díaz. En el estreno, reciben el premio Criticón por La Foca. En su trayectoria, desde 1992 al 2000, la formación femenina que demostró que las mujeres tenían un lugar de relevancia en el concurso de murgas suma un accésit de Interpretación en 1996.

La murga adulta masculina Ni Pico-Ni Corto resurge en 1994, con Lorenzo Marichal en la dirección, letras de Alexis Hernández y el montaje musical de Juan Ramón Febles, quien venía de Caña Dulce, una segunda etapa que decidió cerrar Juan Díaz en el año 2000. ¿El motivo? La forma diferente de hacer las cosas. «No digo que se hicieran mal, pero sí que no era mi forma de trabajar». Por ello, de 2001 a 2003 regresa a Chinchosos, cuando seguía militando el letrista Alexis Hernández, para en 2004 Juan Díaz crear su propia murga junto a Daniel Álvarez Cantero, Lorenzo Marichal y Víctor Cruz El Telefónica. «Fue precisamente Leti, la esposa de Daniel, quien propuso que el grupo llevara el nombre de La Traviata».

Comenzó así la historia de la segunda murga donde Juan Díaz dejó sudor y lágrimas desde 2004 hasta 2020, junto a quienes los acompañaron a sacar este proyecto: Basilio, Cristo, Juni, Vitolo, El Bola, el recordado Moisés –pieza clave, apostilla–… «En las murgas me he dejado parte de mi salud», reconoce, aunque luego se apresura a explica: «Nunca me arrepentiré de nada de lo que hecho y de la cantidad de horas dedicadas, incluso a costa de mi familia; han sido 37 años dándolo todo; muchas veces solo veía a mi mujer al acostarme o antes de ir a trabajar».

Junto a Ni Pico, la participación en Chinchosos y Ni Pico, Juan recuerda que alternó esta decisión con la ayuda que prestó como responsable musical durante 17 años en murgas infantiles, o en Ni Picas… Medio siglo de murguero con los que obtuvo su recompensa con premios de Interpretación en su entrega a Rebeldes, Castorcitos, Chinchositos, al margen de su colaboración con Chiripitifláuticos, Rebobinados, Castorcitos, Pita-Pitos, en murgas infantiles.

La irrupción de la pandemia ha supuesto un punto de inflexión para Juan Díaz y, por ende, para La Traviata. «Me ha enseñado que fuera de las murgas hay vida». Cuando se le pregunta por la posibilidad de regresar a la que fue su cuna, Ni Pico, descarta retomar esa etapa y en general cualquiera que supusiera asumir responsabilidades. «Me desvinculo de la locura del Carnaval», se ríe, para dejar traslucir que mientras unos llegan al local duchados a coger el pito y ensayar otros llevan desde la mañana, o sin dormir, para resolver problemas de la murga.

«Se nos criticó cuando comunicamos que no íbamos a salir por la incidencia del covid; además muchos de la murga somos sanitarios y conocíamos la situación en los centros hospitalarios. Al final el tiempo nos dio la razón cuando se anunció la suspensión del Carnaval», explica Juan, que admite su satisfacción por desde hace poco tiempo ocupar el mismo puesto, como jefe de turno de celadores en el Hospital de La Candelaria, otro motivo que le impide continuar con la murga, igual que le ocurre al director, Josechu Álvarez, cuenta su tío.

Cuando mira a la evolución de este género en el Carnaval, precisa que «Ni Pico ha sido escuela de murgueros», para añadir que «las murgas van a más», para reconocer la labor desarrollada por «Zeta-Zetas, que ha sabido utilizar sus armas. No entiendo por qué ahora hay quien pretenden quitárselas», y pone ejemplo de evolución lo que ya ocurrió, en su opinión, con Singuangos y los cabezones.

Sobre el formato de este año, que por la pandemia se ha limitado a dos canciones –una en fase y otra en final—, Juan Díaz no descarta que, después de la experiencia del concurso de Las Palmas, que fue mucho más ágil, una buena fórmula sería dos temas en la fase y uno en final; «daría más calidad a las letras», entiende. Pero eso lo verá ya cómo público.

Humberto Gonar  

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