«Aquí comenzó todo». Así de categórico muestra Raúl Dávila una fotografía en la que aparecen sus padres, Raúl Dávila y Mari Carreira, en la que casi sostienen de la mano a la primogénita de la casa, Puri Dávila –hoy concejala en el Ayuntamiento de Santa Cruz–, que con apenas nueve meses vestía una fantasía de chacha que le preparó su madre. El apellido de Mari Carreira denuncia su procedencia, que no es tinerfeña, sino de Galicia y de madre segoviana. Fruto del matrimonio nacieron cinco hermanos; Mari, la segunda.

El 25 de junio de 1964 contrajo matrimonio y se estableció en el número 4 de Pasaje de Ojeda, en un edificio de cinco alturas y dos pisos por plantas que fue habitado por parejas de la misma generación. Jóvenes, con hijos recién nacidos. En 1966, con solo nueve meses, ya Mari disfrazó de chacha a su hija, de nueve meses. A partir de ahí, se fueron sucediendo las peripecias de la originalidad que compartió con sus vecinos, y poco a poco se fueron pasando de los disfraces individuales a parejas, luego grupos de seis participantes, de hasta doce y más de doce. Y así hasta 1993.

Abuela por materna de un guardia civil, igual profesión que su padre, por lo que por lazos del destino acabó en Tenerife, se estableció su familia, hasta que Mari, también hermana de guardia civil, contrae matrimonio e instala su domicilio en El Toscal. Y el lector se preguntará: ¿por qué tanta insistencia con el vínculo con la Benemérita?

Gracias al ingenio y la originalidad de Mari, desde Pasaje de Ojeda salieron los niños de los vecinos de Don Quijote y Sancho Panza, o de Romeo y Julieta, hasta que creció la generación de pequeños y aparecieron Blanca Nieves y los siete enanitos y así sucesivamente hasta puestas en escenas más ambiciosas como cuando los padres se disfrazaron de peruanos, lo que provocó la sorpresa y admiración de la cónsul del país andino en Tenerife, que acabó por proporcionarles hasta una carroza. En otra ocasión vistió a unos niños de pareja de guardia civil y acabaron en la Comandancia, en una comida que le brindaron en una sesión fotográfica.

Ocurrió que Mari Carreira custodiaba en su casa los trajes de gala de sus familiares –rojo y blanco- y, cuando el Carnaval ni siquiera era Fiestas de Invierno –comenzaron a partir de 1961–, aprovechaba la época en la que se habría celebrado la fiesta de la máscara para ir de casa en casa de sus amigas con esa vestimenta. Ya desde entonces le denunciaba su pasión por el disfraz.

O cuando Mari se empeñó en disfrazar el grupo de Minué (disfraz de blanco), y hasta contó con la colaboración del coreógrafo y bailador Genaro Arteaga, también vecino del El Toscal, que por aquella época estaba en la comparsa Los Cariocas y los vecinos del 4 del Pasaje de Ojeda lo esperaban para subir a la azotea del edificio y preparar la coreografía. Algo similar ocurrió con Daroca, el toscalero al que todos recuerdan porque hizo un King Kong tan grande que para sacarlo a la calle lo tuvieron que sentar, y que les hizo en goma espuma parte de las cabezas de los caballos del ajedrez del que se vistieron en 1977. Hasta el tío de los hermanos Dávila acabó por forrar un coche con madera y transformarlo en un piano para la cabalgata y el coso. El ingenio no tenía límites y cabía el más difícil todavía. En otra oportunidad el grupo se caracterizó de personajes del mundo del circo, en el año 1985, y el esposo de Mari, y padre de los tres hermanos Dávila –que ni que decir tiene que salían en el grupo–, se le ocurrió decirle a su primogénito, Raúl, que se fuera al presentador, por aquella época el célebre Paco Álvarez, y actuara como jefe de pista para dar paso a los personajes. Dicho y hecho. «Señoras y señores, con ustedes, el Circo Dávila, con el domador y sus leones, los ilusionistas, los malabaristas» (con el plato sostenido con en un palo gracias a un clavo, explica Raúl mientras se ríe. Aquel año el jurado desveló el tercer premio, luego el segundo y el primero, que correspondió al grupo que desde Dávila consideran el eterno rival, también por su espectacularidad y que había lucido unos peluches… Aunque con incredulidad, cuando daban que no habían conseguido premio, el locutor anuncio. «Y primer premio extraordinario para el Grupo Dávila».

La denominación del colectivo, ya un activo del Carnaval, la adoptó del apellido del padre, cuya familia procedía de Los Silos, y el éxito estaba en el ingenio de Mari, que reconoce que no hacía ni bocetos. «Yo vivía en el primer piso, me alongaba e iba llamando a los niños para irlos midiendo. Luego se sacaba cuentas y cada uno pagaba lo suyo», explica. Del grupo, muchas aprendieron a coser con Mari, y quien no confeccionaba, se encargaba de limpiar la casa o hacer la comida en el hogar de los Dávila.

«No era una comunidad de vecinos al uso, sino que convivíamos». Recuerdan los enfados del padre porque cuando se aproximaba el Carnaval llegaba a casa de su supermercado, en la esquina de San Vicente Ferrer y Santiago, y acababa comiendo de pie. «Mi madre tenía un imán que pasábamos antes de acostarnos para quitar los alfileres», comenta entre risas Raúl, que a la postre desarrolló su faceta murguera en Guachi (1991-1995), Singuangos (1996-2004), Ni Fú-Ni Fá (2013-17) y ahora en Valbanera, aunque ensaya y no sale para atender su Casa Fela, el restaurante de comida canaria de la calle La Luna. Justo el domingo pasado todo el grupo le rindió tributo a Mari Carreira, artesana anónima del Carnaval cuando no había silicona ni acetato sino originalidad y artesanía.

Humberto Gonar eldia.es

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