Hace unos días, el periodista David Ojeda relató en el periódico Canarias7 las molestias que están ocasionando las obras para acondicionar espacios para el carnaval a los residentes de la Junta de Obras, que están soportando ruidos durante todo el día de maquinaria pesada, sin descanso. El tiempo vuela, y el carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, tras su mudanza a La Isleta, se apresura para remontar el vuelo de los últimos años, que ha esta marcado por una fiesta sin alma, esencia ni nada que se parezca realmente a un carnaval.
Y volvemos, una vez más, al eterno debate entre el derecho al ocio y el derecho al descanso. Una capital importante como esta, debe contar con una oferta de ocio sólida, que es también parte de su atractivo, además de un reclamo turístico de primer orden. Judicializar cada festejo tiene como consecuencias directas la casi desaparición de los principales eventos.
Lo mismo ocurre con el cierre temprano de las terrazas, por ejemplo. Pero, de momento, nadie ofrece una solución clara. Es curioso el caso de Santa Cruz de Tenerife y su carnaval, que está tan arraigado a la identidad de esa ciudad, que allí nadie dice nada. Y eso que se celebra en las principales calles del centro, cada vez durante más días, y durante el día y la noche. ¿Por qué allí han podido consolidar esta fiesta sin problemas judiciales y aquí cada año es una aventura?
Esa es una pregunta de la que nadie tendrá una respuesta clara. Lo que sí está claro es que como el experimento de La Isleta salga mal, colapse la ciudad, no cale entre los vecinos o sea un intento a la desesperada sin pies ni cabezas, el carnaval aquí habrá muerto para siempre.
José Luis Reina