Los focos del Carnaval de Santa Cruz iluminaban a la maestra de ceremonias de la noche, la sardina, y las cámaras estaban preparadas para encender el piloto rojo desde que diese un paso, pero antes del comienzo ya se respiraban las ganas de fiesta y diversión: plumas, pedrería, boas, trajes, inciensos y pañuelos en mano, las viudas se preparaban para su noche grande bailando con la música que había y bromeando con los espectadores que se agrupaban en las aceras haciendo gala de la sátira, la libertad, la fantasía y la alegría que hace de la velada del miércoles de Carnaval un momento especial.
A la altura de la plaza Weyler, la espectacular batucada de Anva Percusión fue calentando el ambiente esperando a la protagonista, que este año lució, como es tradición, un diseño de Elena González, hija de Enrique González -fundador de la Fufa-, con una confección exquisita que corrió, un año más, de la mano de Patricia Vara y su equipo de la empresa Dos Manos. Varias antenas parabólicas y televisiones, desde las más antiguas hasta las más modernas, vistieron la carroza que la portaba.
A las 22.00 horas, en horario de prime time, arrancó el Entierro de la Sardina desde la calle Juan Pablo II, y como buen funeral televisado que se preste, el cortejo que acompañó a la difunta en su recorrido fue multitudinario. Miles de personas, de viudas de manos con curas, monjas con diablos, ángeles caídos, brujas, tumbas con muertos vivientes, los botones de la casa del Miedo con su corona y la Cofradía del Chicharro de la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá fueron los encargados de abrirle paso por unas calles abarrotadas desde el inicio, estampa habitual desde hace años, cuando se decidió darle un impulso por parte del Ayuntamiento capitalino. Al tomar la calle Méndez Núñez, la diversión y el sentimiento carnavalero más tradicional lo inundaron todo.
El ambiente festivo y la risa se entremezclaron con gritos desconsolados, llantos, escenas y posturas sexuales fingidas, y una interminable lista de desmayos de las viudas, que también aprovecharon para bailar junto Pepe Benavente y el Morocho en su carroza, imagen que comienza a ser costumbre y que se ha convertido en uno de los reclamos de la noche que marca el ecuador de la semana más importante para los chicharreros.
Santa Cruz siguió llorando a su sardina de riguroso luto mientras la comitiva aumentaba por segundos. Cada vez más asistentes se sumaban a vivir una de las noches más divertidas del Carnaval y, entre esas personas, se dejaron ver personalidades conocidas de la fiesta, componentes de las diferentes murgas, comparsas, rondallas y agrupaciones musicales y coreográficas. Los Diablos Locos, con su disfraz de enterradores que les hizo ganar el primero en 2022, hicieron de la velada un momento mágico. A su paso por la calle Villalba Hervás, los lamentos y el clamor se entremezclaron con la música de la Dorada Band y la Orquesta Acapulco, que hicieron disfrutar desde el escenario de la plaza del Príncipe a los más carnavaleros con temas archiconocidos de la fiesta. En este punto, en el que muchos se incorporaron y otros tantos se quedaron en el baile, el caos que caracteriza el desfile se hizo notar.
La celebración, caracterizada por la espontaneidad y el desorden de la comitiva, recorrió la plaza de Weyler y las calles Méndez Núñez, El Pilar, Villalba Hervás y La Marina, para culminar, de madrugada, en la plaza de España, muy cerca de la avenida Marítima, donde se quemó la sardina un año más para abrir paso al fin de semana de Piñata, que despedirá al Carnaval hasta 2025.
Joel Ramos Ojeda