Dentro del Carnaval de la capital tinerfeña, reinan los Personajes Populares, anónimos durante el año que se han ganado el reconocimiento del público por encarnar a un actor, un político, un cantante, un humorista… Una visita al barrio de García Escámez y la inquietud de la redactora gráfica de EL DÍA, María Pisaca, permitió conocer a Marisol, la cuarta de los seis hijos de Antonio Rivero Estévez, que el próximo 16 de marzo cumplirá 84 años. La conversación comenzó hablando de Almacenes Elle, en Calderón de la Barca, y permitió encontrar a la hija del mismo Chiquito de Tenerife, del que pocas referencias se tienen desde 2013 a consecuencia del alzhéimer.

Marisol, su hija, nos facilita el reencuentro con Chiquito, atendido a cuerpo de rey por su esposa, la palmera María Esther Rodríguez, –y ya llevan 64 años casados–, que cuenta con la complicidad de los seis hijos. Desde la puerta de la vivienda, en García Escámez, saludamos al anfitrión. María Esther, su esposa, le dice: “Mira, son de EL DÍA, que vinieron a ver a Chiquito. Salúdalos”. Desde su sillón, Antonio levanta la cabeza, nos regala una sonrisa y hace amago con su brazo y mano izquierda del gesto característico con el que desde 1995 desfilaba por las calles de Santa Cruz en Carnaval. Tal vez no sabe el año en que vivimos… pero la enfermedad no le ha borrado el recuerdo del Chiquito que fue. Y es.

Antonio es hijo de una brasileña y nieto de una vecina de Guía de Isora que se fue a trabajar en el tabaco en América para ganarse la vida; el padre de Antonio, Eladio El Manena, cambullonero que mató hambre en Santa Clara.

La infancia de Antonio discurrió en el barrio de Buenavista: de pequeño cuidaba a una persona con discapacidad; ya su vida laboral estuvo vinculada como cobrador de las guaguas azules –las perreras–, donde conoció a su esposa. Él con 24 años y ella con 15 contrajeron matrimonio y establecieron su domicilio familiar en García Escámez, hace 64; antes de diez años ya tenían a sus seis hijos: Argólida, Ángeles, Toño, Marisol, Pili y Luis; la familia se completa con catorce nietos y siete bisnietos.

De nuevo, las anécdotas de la guagua, donde Antonio pasó la mitad de su vida, cuando su esposa e hijas recuerdan la anécdota del hombre que subió a un burro al vehículo en la plaza de Weyler.

A mitad de la década de los años noventa, Antonio participó en el sorteo de unas entradas que organizó Canal 7, en un programa de Carnaval que presentaba Alexis Hernández, y cuando el hoy reputado presentador y maestro de galas lo vio no ocultó su sorpresa: “Pero si eres igual que Chiquito”. Dicho y eso, a partir de ahí Antonio se dedicó a dar vida al Chiquito de la Calzada de Tenerife, con el que alcanzó altas cuotas de popularidad entre los amantes de la fiesta, hasta el punto que estuvo con Bertín Osborne en un Carnaval.

La fiesta de la máscara no le era ajena; de hecho, su consuegro era Vadita, la recordada bailarina del Carnaval. Antes de ser Chiquito, Antonio salía al Carnaval vestido de mujer, hasta que puso de moda en Santa Cruz las camisas hawaianas. “Muchas se las confeccioné yo”, admite su esposa, que con 47 años se puso a trabajar en Almacenes Número 1 y se encargaba de hacer ponchos; los primeros disfraces que se vendían, pues la costumbre hasta entonces era que cada familia confeccionaba el suyo. “Hacía quinientos de cada talla; encargaba las partes por separado y luego yo le daba forma”, comenta María Esther, una emprendedora y entusiasta que incluso a mitad de los años noventa ganó el campeonato de bolas y petancas y bochas en los Juegos Municipales en representación de García Escámez.
Sin perder su encantadora sonrisa, esta elegante vecina incluso recuerda que la destreza en el juego del envite, que más de un disgusto causó a un equipo referente de hombres en Los Campitos.

Un pequeño Santa Cruz
La familia Rivero Rodríguez habla con orgullo de García Escámez, “que es un pequeño Santa Cruz. De este barrio han salido gente importante y trabajadora, como los padres de los hermanos Mengíbar, Ana, la presidenta de la discapacidad, o Pedro, el murguero; Antón Floreal Hernández, un masajista de referencia al que venían jugadores y políticos y siempre te atendía con una sonrisa; Pepe el Cebolla, percusionista que fuera de Mamelucos; los Torrijos, nadadores; Juan Carlos Armas, el diseñador; o los futbolistas Julio Morgado, Barrios o… Ángel Galván, mi sobrino –cuenta Marisol–, que el año pasado dio el salto al fútbol profesional como portero del CD Tenerife. En mi casa todos son deportivas”, incide.

De nuevo, a la vida de Chiquito. “El hizo la mili en Marina, en cocina; para paellas, tortillas y ensaladilla es único. Recuerdo una vez una paella que hizo en Valleseco que dio de comer a todo el barrio, o en otro momento para agradecer el servicio que prestaron las ambulancias CAM a la primera patera que llegó a Tenerife”, añaden. “Estando de maniobras, contaba que una vez casi se lleva a otro barco por delante”, comentan con el humor heredado de su padre. “Como el día que se tiñó y se fue a bañar también a Valleseco y salió chorreando la cabeza, todo negro. ¿Qué te pasó en la cara, papá?, le pregunté. Y me cantó: Soy minero”. A la conversación se incorpora su hermano Luis, taxista.

Pili añade: “Entre 1999 y 2008 fui conductora de guagua. En el ascenso del Tenerife, en 2001, mi padre –que junto al Zuppo era animador de grada– me lo encuentro enchumbado porque había ido a la plaza La Paz. Pasaba en la guagua 908 y todo el pasaje me pidió que me parara y lo recogiera. Yo no dije nada e hice lo que me pidieron. Cuando se bajó espetó: Gracias a la conductora, que es mi hija”.

“Si volviéramos a hacer pediría volver a tener a los padres que tenemos y vivir en este barrio”, coinciden los hijos de Chiquito.

Humberto Gonar eldia.es

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