La vecindad de Eduardo Benot tampoco quiere que se celebre el carnaval debajo de su puerta. Se trata de ese terreno baldío que creó la nonata metroguagua para eliminar, de un plumazo, el parque de skateboard.
No es un problema del carnaval, porque como ente abstracto, pocas serían las manos que se levantaran en su contra. De hecho, la gran cabalgata recorre de punta a punta la ciudad y, de momento, nadie ha dicho ni pío, más allá de que han dejado que se convierta en un macrobotellón.
El problema es que, tal y como está planteado, son muchos días de espectáculos, mucho ruido, mucha gente de fiesta hasta altas horas de la noche, pocos baños y, como no, mucho alcohol, mucho pis y mucha serenata que despierta al barrio.
No se trata, como decía el cartel que llamaba a defender el carnaval, de censura. Que cada quien se vista y disfrute de lo que quiera y como quiera, eso sí, sin afectar a los derechos de los demás. Porque es ahí donde está el límite.
Hemos convenido que está prohibido hacer ruido de un determinado nivel (pitas, obras, música…) a partir de una hora para respetar el derecho al descanso. Hemos convenido en que no se mea en la calle, en que se ponen papeleras y contenedores para no ensuciar las aceras o portales, y hemos convenido en que vamos a ir cantando o hablando a voces de madrugada mientras callejeamos para llegar a casa.
Y todo eso también lo tiene que cumplir el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en las fiestas que organice. Por ello debe buscar un espacio para el carnaval en el que no moleste, como es obligación de cualquier empresario de la industria del espectáculo.
Con lo que se gastó ya este año para adecentar un patatal en el Puerto, y lo que piensa gastarse el próximo para adecentar otro, ya podría haber puesto los cimientos de un espacio cerrado como en el que se ha tenido que convertir el Santiago Bernabeu para poder organizar conciertos. Solo así podrán celebrar en el centro de la ciudad un mes y medio de fiesta carnavalera y respetar, al mismo tiempo, a quienes ni les interesa, ni les gusta, ni acuden, pero también lo pagan.
Luisa del Rosario