Como si del guión de una película se tratara, ‘La Lecherita’, personaje popular del Carnaval desde hace 38 años, protagoniza desde 2020 el reencuentro con la felicidad y la paz. Consciente de que siempre ha sido una chica, incluso se alejó de su familia y hasta esperó al fallecimiento de su padre por temor a no ser aceptada. La prejubilación del hotel Mencey, donde trabajó 46 años, fue el punto de inflexión para ser ella.

Esta entrevista se desarrolló el pasado 19 de octubre, festividad de santa Laura. Es la tercera vez, a sus 64 años, que Laura Mendoza celebra su onomástica, pues desde su nacimiento, el 17 de febrero de 1958, conmemoraba la festividad de san Francisco.

Más que por su nombre, Laura es conocida por encarnar cada Carnaval, desde hace 38 ediciones, el personaje popular de La Lecherita. Una época del año que Laura esperaba con anhelo para poder vestirse de mujer, como viene ocurriendo ya a diario desde marzo de 2020 cuando, coincidiendo con su prejubilación, encaró su realidad y decidió dar el paso definitivo para ser feliz, situación que ocultó durante años condicionada por el miedo a no ser aceptada. Si Laura no decidió dar carpetazo antes a Fran, o Quico –como se le conocía en el ámbito familiar–, fue porque estaba convencida de que sus padres no la iban a comprender. Por eso, el personaje de La Lecherita se convirtió en su válvula de escape. «Cada año me convertía en mujer al llegar febrero. Ahora, ya soy mujer los doce meses del año y no me hace falta vestirme de La Lecherita para ser mujer».

Fue, precisamente, nada más prejubilarse del hotel Mencey, después de una vida laboral de 46 años, cuando decidió afrontar su asignatura pendiente. «Dejé de trabajar en marzo de 2020. Uno de esos primeros días que estaba en casa me puse frente al espejo del cuarto de baño y me estuve hablando durante tres horas. Estaba viviendo una vida equivocada y quería buscar mi sitio real, por lo que decidí desde ese mismo momento no aguantar ni un día más. Tomé la determinación: voy a ser mujer, y desde entonces estoy viviendo en una nube de la que no me quiero bajar».

El DNI de Laura todavía mantiene estos días la identidad de Francisco Mendoza Negrín, si bien han sido muchos los que lo conocen como Fernando. Es cuestión de tiempo que la documentación reconozca la verdadera personalidad de Laura, que nació en el barrio de La Alegría el 17 de febrero, una fecha que habría coincidido con el Carnaval de su alma de no haber estado prohibido en 1958, cuando vino al mundo. Las Fiestas de Invierno se retomaron tres años después.

Con el humor y la humildad que le caracterizan, Laura sentencia por su lugar de nacimiento: «Soy más chicharrera que los chicharritos del monumento que está cerca de la plaza del Príncipe».

Sus apellidos delatan la procedencia gomera de sus padres. Su progenitor, José Mendoza Plasencia, natural de Arguayoda (Alajeró), fue trabajador de la Refinería durante 40 años –allí se dedicaba al control de los tanques–, mientras que su madre se entregó en cuerpo y alma a su familia. Laura recuerda que cuando ella tenía ocho años llamaron a su progenitor para que fuera a trabajar a Cepsa, en Santa Cruz de Tenerife. Entonces la compañía le daba un piso a sus empleados en el barrio de Tío Pino, por lo que su familia abandonó el de La Alegría, a la entrada de Anaga.

Ambos contrajeron matrimonio cuando él tenía 20 años y ella 19. Fruto de esa unión nacieron tres chicos –entre los que se incluye Quico– y una niña. Con solo 38 años –tenía Laura 14–, falleció su madre, por lo que su padre, cinco años después, decide casarse de nuevo, de cuya unión nacieron dos niñas y un varón.

Sus primeros estudios las cursa en el colegio de Somosierra, hasta que tuvo 14 años. «No me gustaba estudiar», sentencia Laura, quien recuerda que al curso siguiente comenzó a trabajar en Calzados Rodríguez, un comercio que se encontraba frente a la antigua sede principal de CajaCanarias, en la plazoleta de Santo Domingo.

Una chica toda la vida
Laura admite que desde que estaba en el colegio en ella habitaba un sentimiento de chica: «Recuerdo tener 10 u 11 años y estaba estudiando en el colegio de Somosierra con los niños y a 40 metros estaba el de las chicas. Todos los días las veía pasar y me desconsolaba, porque quería ser como ellas, una más. Ya desde entonces era consciente de que algo en mi vida iba mal, porque yo tenía que ser chica y era chico», una situación a la que se resignó Laura, quien hasta solo hace tres años era Quico. «Mis padres –su progenitor, el último en morir hace cinco años– fallecieron sin saber que yo era Laura».

Apenas un año después de su estreno en la vida laboral en Calzado Rodríguez, José Negrín –tío de Laura–, que trabajaba en el economato del hotel Mencey, le hizo partícipe a Laura de que estaban buscando trabajadores. «Comencé de freganchín, para luego especializarme en repostería y pastelería», precisa; «tendría 17 años cuando empecé en el Mencey y me prejubilé después de estar 46 años trabajando allí. Mi último día allí fue en plena pandemia, hace de eso ya tres años», cuenta.

Rememora que «cuando llevaba 20 años metida en la pastelería, por estar en contacto con los productos de limpieza y con los hornos, me diagnosticaron una dermatitis de piel que hasta me obligó a ir al hospital, para que me hicieran los estudios y saber qué me pasaba. Me dieron la baja y me dijeron que no podía continuar con la repostería».

«Hace dos años llamé a mis hermanas y quedé con ellas para que vieran que Quico es Laura»
La vida laboral de Laura continuó, «gracias a la comprensión de mis jefes, que me buscaron trabajo en la lavandería del hotel, donde estuve seis años, hasta que un día la gobernanta reunió al personal para informarnos de qué hacía una persona que desarrollaba las tareas de piscinero, porque el compañero que se ocupaba de esa labor acababa de coger una baja de larga duración. Pidió entre nosotros un voluntario para prestar ese servicio. Levanté la mano y le dije que estaba dispuesto a someterme al mes de prueba que pedían».

Dicho y hecho. Ese mismo día «la gobernanta dio instrucciones para que me prepararan el uniforme, porque desde el día siguiente yo empezaría de piscinero del hotel, donde finalicé mi labor profesional después de casi 20 años realizando esa tarea».

Cuando se prejubiló, en marzo de 2020, Laura decide ser ella «porque no podía continuar como estaba; me asfixiaba, me moría». En aquella conversación ante el espejo llegó a la conclusión de que estaba viviendo una vida equivocada, lo que le valió para dejar atrás a Fran y vivir en plenitud como Laura.

¿Por qué el nombre de Laura? «Yo no lo elegí. Lo único que decidí fue mostrarme mujer, como soy. Fue como si el cielo me dijera: te vas a llamar Laura». Si se decidió a dar el paso con anterioridad se debió solo «a que mis padres no lo habrían comprendido». Eso no impedía que desde pequeña «me desconsolara cuando veía a las niñas jugar», mientras iba a jugar a la pelota con los chicos.

Dos amores
Hasta tomar la determinación de mostrarse como Laura reconoce, con una sonrisa que alegra su cara, a dos amores que ha tenido en su vida: con el primero mantuvo una relación de cinco años; con el segundo, de tres años, si bien por aquella época vestía como varón. «Ahora, ya llevo tres años disfrutando de mi feminidad y no estoy cerrada a abrir las puertas y, oye… nunca se sabe si cabe una segunda oportunidad con alguno de aquellos amores, tampoco lo descarto».

Laura realiza los trámites para materializar en el DNI su verdadera identidad, si bien descarta someterse a una operación de cambio de sexo. «Si me hubiera cogido con menos edad, todavía me lo hubiera planteado y lo habría afrontado, pero a mis 64 años tengo miedo. Prefiero tener calidad de vida y disfrutar, ahora que estoy prejubilada, de este mundo que está hecho para mí como mujer libre e independiente, disfrutando de las personas y dando las gracias al cielo por darme una nueva oportunidad para vivir como la mujer que soy».

Laura disfruta ahora de paz, después de reconocer que «me aparté de mi familia cansada de estar fingiendo. Me veían como el chico que no era, porque yo era desde siempre una chica, pero en aquella sociedad había poca comprensión y preferí apartarme durante seis o siete años, para no seguir fingiendo».

La presentación en familia
«Hace dos años llamé por teléfono a mis cuatro hermanas porque quería que vieran que Francisco era Laura. Las cité en la plaza del Príncipe. Llegué la última y empecé a pasearme delante de ellas con mi ropa de mujer para ponerlas a prueba y saber si me reconocían, pero no se dieron cuenta hasta que me acerqué donde estaban y le dije a una: ¿tu eres Nievita Mendoza? Se quedaron en shock. Ella solo acertó a decir: ¿Tu eres nuestro hermano Quico? Entonces les expliqué que quise reunirlas para presentarle en la vida quien soy. Se echaron manos a la boca. Se miraban entre ellas… hasta que una de ellas me dijo: Ven aquí y dame un abrazo. Todas acabamos llorando. ¿Cómo te llamas ahora?, me preguntaron. Sabía que algún día llegaría el momento para presentar mi vida real, porque había sufrido muchas injusticias y discriminaciones en la sociedad porque no me aceptaban».

Revive el momento con emoción. «Laura, hermanita, ahora te vamos a querer más que nunca y te felicitamos por salir a la vida real», explica que le dijeron sus hermanas. «Gracias por ser como eres». Y así ha sido, porque desde entonces, «una vez al mes nos reunimos y nos vamos juntas a pasar el día a La Gomera».

Asegura que «me siento querida por Dios», pero Laura no oculta que en más de una oportunidad le recriminó por qué «no me dejaste sacar desde pequeña la mujer que soy». «Creo que existe el cielo y que hay Dios, porque me ha dado esta segunda oportunidad para ser tan feliz como soy. Antes, La Lecherita era mi válvula de escape; por eso, tenía una ilusión enorme para que llegara febrero, cuando era Laura».

¿Y por qué el personaje de La Lecherita? Recuerda que cuando tenía 12 o 13 años, unas mujeres iban con sus lecheras al barrio de Tío Pino, donde vivía su familia, y los vecinos «compraban la lechita fresca. Me pedían si las ayudaba a subir a los pisos altos».

En estos tres últimos años como Laura, es categórica a la hora de sentenciar, de forma contundente: «Me siento aceptada; estoy sorprendida, tengo una enorme alegría y me llama la atención la repercusión desde que se hizo público. Todos me animan y felicitan. Estoy viviendo en una nube y no me quiero bajar».

Con la experiencia que acumula ahora y viendo sus 61 años restantes, Laura admite que en el pasado «me hubiera gustado más comprensión y menos discriminación para no tener que esperar a 2022 para mostrarme como soy. Todo lo que he recibido son llamadas de felicitación», explica emocionada.

Pero Laura afronta su situación con generosidad y no solo mira por ella. «Ojalá haya más personas que salten a la vida real y pongan orden en su vida. Cuenta que «incluso me ha llamado una chica trans, que me ha pedido quedar un día para conocernos y contarnos nuestras historias». Laura se siente privilegiada. «No quiero ganar una lotería. Solo le pido a la vida salud para seguir disfrutando de mi familia y seguir así. Estoy viviendo una fantasía que se ha hecho realidad».

La historia de La Lecherita tendrá el próximo febrero uno de los momentos más emotivos, cuando Laura vuelva a la plaza del Príncipe, donde es una incondicional de la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá y de Los Fregolinos. Será su presentación en sociedad, su puesta de largo. Un sueño hecho realidad.

Laura tiene palabras de reconocimiento y agradecimiento para sus compañeros del grupo de personajes populares del Carnaval. Mirando atrás, recuerda el tributo que le profesaron a José Manuel Lis Armas (falleció el 25 de diciembre de 2014) –quien encarnó a Miss Peggy durante 37 años–, cuando estuvo ingresado en sus últimos días en Santa Rita. «Llamamos a la directora del centro para pedir permiso y acudir a rendirle el homenaje junto a Harpo, don Ciruelo y doña Croqueta, Cantinflas y a nuestro comandante Fidel Castro. La Lecherita también estuvo en ese acto en el que le llevamos una tarta y una muñeca de Miss Peggy, igual al personaje que José Manuel dio vida».

Un ejemplo a seguir
Ya prejubilada y desde su atalaya en la plaza de Weyler, donde tiene su residencia, y una pensión que le permite vivir con comodidad, Laura invita a otras personas a seguir su ejemplo, pero no con altanería ni arrogancia, sino con la complicidad de la amiga que quiere que nadie renuncie a ser feliz. «Me da pena que una persona se pueda morir porque vive trancado sin dar el paso, sin ser feliz». «Ojalá se quitaran las caretas y las amarguras y sean como son», y, de nuevo, recurre a su experiencia. «Parece que me acaban de dar la vida hace tres años. Se me parte el alma si pienso que alguien puede morir sin conocer la felicidad. Que aprovechen, que todavía están a tiempo y en esta sociedad que está adelantada», recomienda como si fuera un consejo para sí.

Laura afronta su día a día inmersa en la rehabilitación, tras una operación de cadera a la que fue sometida por la caída que sufrió hace tres meses. «Si te sigo contando vas a escribir el libro Historias reales de la vida de Laura, La Lecherita», comenta mientras sonríe, para recordar también que, de la mano de Cirilo Leal, es el único personaje del Carnaval que participa en la obra La vida del loro. Por si a alguien no le queda claro, Laura reitera: «hay que buscar la felicidad, como hice yo cuando saqué la mujer que llevaba dentro porque tuve miedo a un mundo de soledad. Hoy soy feliz».

Humberto Gonar eldia.es

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