En los edificios de la Junta de Obras del Puerto se sigue respirando ese ambiente obrero y humilde que desde el istmo creó una forma de hacer ciudad. Callada y esforzada. Esa atmósfera se respira todavía cuando las mañanas pasan calientes por el baño del sol y en las zonas comunitarias se concentran pequeños grupos de vecinos que comentan la vida y muestran sus dudas sobre el regreso del carnaval a La Isleta.

Lo hacen de forma discreta. Con ojos que se arrugan para expresar su recelo ante la imposición de la fiesta en sus calles desde el 26 de enero hasta el 18 de febrero. Días en los que convivirán con la invasión de ruidos y los problemas de movilidad que, siendo una constante en esa esquina de Las Palmas de Gran Canaria, temen que se multipliquen hasta el infinito durante los días de la celebración de este evento de Interés Turístico Internacional.

«Aquí casi no podíamos aparcar y era un lío durante las Fiestas delCarmen, que duraban menos tiempo, imagínate ahora cuando llegue el carnaval». Esa frase la pronuncia en una de las ferreterías de la zona un comerciante del barrio que prefiere no decir su nombre. Su caso no es extraño, es la norma en la zona. Al consultar al asalto con los vecinos y negociantes de la zona todos muestran sus dudas, algunos pocos se muestran indiferentes, la mayoría lo hace para quejarse. Pero luego nadie quiere posar para la foto ni dar su nombre y apellidos para avalar sus declaraciones al medio.

La Isleta es un barrio cosido a la historia de la fiesta desde su largo eclipse durante el franquismo. Los jardines del Castillo de La Luz acogieron sus primeras celebraciones y, barrio adentro, comenzaron a hacer sonar bombo y caja los Hijos de Caín o Los Chancletas y a mover sus pies los míticos Los Caribe.

Los tiempos han cambiado y el carnaval se expandió hace mucho tiempo. Pero nadie quiere que su reproche suene muy alto para evitar conflictos. La fiesta abre una nueva etapa artística con la dirección, precisamente, de un isletero: Josué Quevedo. Y las obras de la MetroGuagua, esas que tienen Juan Rejón-La Carretera abierta en canal desde hace demasiados meses, ha impuesto el regreso del calendario central de los actos al barrio. Un exilio forzoso revestido de regreso a los orígenes por la organización como remiendo cosmético a los problemas de convivencia que la fiesta principal tiene con la ciudad que la celebra.

«A mí no me consta que los vecinos fueran consultados ni informados de nada previamente», señala una vecina que quiere mantenerse en el anonimato desde su ventana en la Junta. Antes de responder las preguntas apura una calada larga en su vaporizador. «Va a ser una locura, especialmente para los que sus ventanas dan directamente a la zona de los chiringuitos», dice.

Otro vecino cruza la zona con una bolsa de basura camino de un destino en el fondo del contenedor mientras tira de su pequeño perro, que inquieto intenta separarle del lado de los que preguntan por qué le parece la llegada al barrio de los eventos principales: «No sé, no sé, no sé», arranca; ¿tienes dudas?, se le pregunta. «Va a ser un desastre», completa.

En la cartografía oficial de la fiesta comunicada por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria se expone que habrá una zona familiar con actividad para la cantera del Carnaval, con feria de atracciones, en la Plaza de La Luz; en Manuel Becerra habrá un escenario que acogerá un programa especial para el público en conciertos de noche y Carnavales de día. Otro punto a destacar está en el lugar que se otorga a los chiringays, ya que su zona se levantará en el parque de Los Patos cerca de la Fábrica del Hielo, mientras que el otro lado del parque estará ocupado por restauración, Una concentración de actos en un espacio de 20.000 metros cuadrados, localizados como la única solución viable tras la marcha obligada del entorno de Santa Catalina.

Entre las quejas preventivas más escuchadas se encuentra, mayoritariamente el ruido. «Yo vivo aquí arriba y la verdad que me da un poco igual. Durante las Fiestas del Carmen apenas escucho nada», señala la mujer de una pareja que agota un café en los bares del Edificio Puerto. «Mejor no me saques foto», indica a la vez que su acompañante señala que «no han elegido el mejor lugar. Deberían haber subido la cuesta y tirar para El Sebadal».

Los comerciantes de la zona también tienen dudas de cómo les afectara la llegada del huracán carnavalero. Restando aparcamientos y estrangulando una zona de por sí saturada. Los vecinos muestran su preocupación por la marcha de las líneas de Guaguas de Manuel Becerra y el trastorno que pueden sufrir las líneas desplazadas.

Todo son incógnitas para un carnaval que trata de sobrevivir a su enésimo cambio de espacio. Que sitiado por gran parte de la ciudadanía, que ha juidicializado hasta silenciarlo, trata de mantenerse vivo en una ciudad en la que la interminable caravana de disfraces se ha deslucido.

David Ojeda Canarias7 - Noticias de última hora en Canarias

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