Tal día como este 23 de septiembre de 1924, nacía Enrique González Bethencourt, el tercero de los cuatro hijos del matrimonio formado por Francisco González, un gaditano que se afincó en Tenerife, y Concepción Bethencourt Pestano. Vecino del barrio de El Toscal, donde tenía su residencia familiar en el número 41 de la calle de San Miguel, en Enrique González se reúne su faceta como aparejador, pintor, artesano… si bien se le reconoce en especial como padre de las murgas de Canarias.
Fallecido el 13 de mayo de 2010 –hace ya catorce años–, una escultura inmortaliza y reconoce su entrega y pasión por el Carnaval, siendo una de las figuras fundamentales para la recuperación cuando estaba prohibido e incluso para lograr el auge que se le reconoce a las murgas actualmente.
Enrique, el maestro, nace siete años después de la chirigota formada por parte de la tripulación del buque cañonero Laya recorriera el cuartel San Carlos, si bien el recordado murguero reconocía que se ocultaba en el local donde ensayaba la murga de El Flaco siendo un chiquillo, algo poco recomendable por la hora de los preparativos y el tono de las letras.
Ya en 1935 –con once años– funda junto a un grupo de amigos la murga infantil Los Guanchi. Fue el primer coqueteo, luego vendría 1954 cuando de nuevo, ya de mayor –con 30 años– saca a la calle una nueva, ya adulta, con vestimenta propia de banda de música circense, si bien la caracterización de sus bigotes les valió que los bautizaran como Los Bigotudos.
Salvo incursiones puntuales, no sería hasta 1961 cuando por fin toma cuerpo la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, que comenzó a preparar su repertorios desde 1960. Cinco primeros premios consecutivos –entonces eran únicos, no había distingo entre presentación e interpretación– le valieron para que la murga decidiera dejar de participar en concurso y dejar el camino expedito a otras formaciones para no truncar su ilusión,
Pero llegar a 1961 fue un camino delicado y de mucha estrategia, donde militares e iglesias aúnan esfuerzo para recuperar el Carnaval. La fiesta ya se había suspendido después del golpe de estado de Franco, en julio de 1936.
Enrique González, aparejador de profesión, trabajaba en el equipo de colaboradores de José Enrique Marrero Regalado, arquitecto de la Basílica de Candelaria. El templo se inauguró el 1 de febrero de 1959. Y no fue casualidad que por aquella época el obispo de la Diócesis de Tenerife fuera el güimarero Domingo Pérez Cáceres.
En la tradición oral se ha mantenido que el prelado de la época medió ante el gobernador civil de la época, Manuel Ballesteros Gabrois, para que una vez llegara la fecha del Carnaval, éste estuviera de vacaciones en la Península, como así ocurrió a instancias del obispo güimarero quien pidió que se recuperara la fiesta porque «el pueblo se había portado muy bien», afirmó en referencia a la recaudación de las colectas que permitió edificar la Basílica de Candelaria.
De ahí que el propio Domingo Pérez emplazara al gobernador civil de la época a dejar en manos del prelado «la gestión de las almas, porque se han portado muy bien». Dicho y hecho, en 1961 se celebran las primeras Fiestas de Invierno y ya desde ese momento se encontraba Enrique González Bethencourt como uno de los referentes de aquella sociedad.
A este genio del Carnaval se le ocurrió pintar en el bombo de la murga el cisne que sería de logotipo a la empresa Colchones Flex, donde trabajaba. Un día, antes de que la murga saliera a la calle por primera vez, Enrique invitó a su jefe a que fuera a ver un ensayo. Cuál no sería la sorpresa que, al ver que su empleado había pintado el cisne de Flex en el bombo le negó taxativamente su uso, advirtiéndose eso sí de que: «el nombre que usted le ponga a la murga, a mí, ni fú-ni fá». Yasí quedó.
A El Maestro Santa Cruz no solo le debe, junto a otros personajes del momento, la recuperación del Carnaval, que desde 1961 a 1976 se desarrolló bajo el antifaz de Fiestas de Invierno. Sino que incluyo es parte activa a la hora de vertebrar y poner en marcha el concurso de murgas infantiles. El primer concurso se desarrollo en 1972 en la plaza del Príncipe, de la mano de otros genios la larga sombra de Enrique González eclipsó, caso de Jesús Navarro Olivós Navarrito y Nicolás Mingorance, destacados componentes de la Afilarmónica y soporte fundamental de los repertorios de la murga, también de la organización del primer concurso y sucesivos de las murgas infantiles, junto a uno de los dos padres del Carnaval, Juan Viñas Alonso; ya a finales de los setenta le daría un nuevo impulso Manuel Hermoso Rojas al Carnaval como alcalde de Santa Cruz hasta comienzo de los noventa.
Enrique González era un genio. Y no solo como artista sino por su capacidad para interpretar la realidad. En la época prohibida, la autoridad le advirtió que el Gobernador Civil no quería que interpretara una de las letras. Llegado el momento de la actuación, en el Círculo de Amistad XII de Enero, el maestro, que estaba al frente de la dirección de la murga, se giró al palco del gobernador civil y mantenía la boca cerrada mientras los componentes interpretaban la canción. Al término, El Maestro se fue a donde estaba el gobernador civil y le dijo: «Habrá comprobado que yo no le cantado el tema, tal y como se me ha pedido; han sido ellos». Muchas genialidades.
Como cuando en 1978 idea recuperar el entierro de la sardina que parte de la plaza de toros con todos los participantes envueltos en sábanas blancas. Era gobernador civil Luis Mardones Sevilla. Al llegar a la plaza de España, apagón total. Enrique González felicita a Mardones por la idea que le atribuye, mientras el gobernador civil le dice que pensaba que era una de las genialidades del propio Enrique. Total… coincidía que había una huelga de la empresa que proporcionaba la luz.
Casado con Jesusa Ramírez y padre de tres hijos –Dácil, Enrique y Mele–, Enrique más que artista es historia de la fiesta, una pasión que eclipsó su faceta como pintor y publicista.
En sus casi 84 años sumó desde una calle con el nombre de su murga Ni Fú-Ni Fá, la insignia de oro, brillantes y rubí que le concedió su afilarmónica, el título de Hijo Predilecto que le otorgó el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, o el reconocimiento como Duque de La Noria y Grande del Carnaval que le concedió el Club Náutico, o la Cruz de Caballero de la Real Orden del Mérito Civil que le concedió la Casa Real por mediación de Mardones. Pero sobre todo Enrique fue Carnaval.
Humberto Gonar