El polvo desértico del Sáhara inundó Canarias en 25 de los 29 días de febrero de 2020. Los residentes de las Islas convivieron con la calima el 60% del tiempo en el primer trimestre del año. Y el episodio registrado entre el 22 y el 26 de febrero fue el más extremo desde que se tienen datos. La calima cerró aeropuertos, aceleró el uso de las mascarillas antes de la pandemia, tiñó el cielo de naranja y encerró a los canarios en sus casas. Un año después, un estudio publicado por la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) y la Organización Mundial de Meteorología (WMO, en sus siglas en inglés), concluye que este fenómeno tiene “algo nuevo” y refuerza la máxima de que se está produciendo un cambio en el Atlántico Oriental, aunque aún es pronto para afirmar que el cambio climático esté detrás de ello.

El estudio, coordinado por el doctor en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y director del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña (CIAI), Emilio Cuevas Agulló, presenta tres características interesantes. Por un lado, desglosa el impacto del mayor evento de calima jamás registrado en Canarias. “Pudo haber uno hace más de 100 años, pero eso no lo sabemos”, agrega Cuevas. Se trata de un trabajo multidisciplinar que aborda múltiples campos de observación y analiza el efecto económico, sanitario y ecológico, entre otros, del suceso, así como sus rasgos inéditos.

“Este hecho nos llamó mucho la atención. Había algo nuevo, y con esto no quiero decir que se deba al cambio climático, pero sí es una señal de que se está dando un cambio”, explica Cuevas. “Este año hemos tenido otra explosión no tan fuerte pero también por el descuelgue de una bajada de presión atmosférica muy profunda. Y en estos momentos pensamos que si la presión se ondula mucho más es posible que en invierno veamos estos episodios con más frecuencia y no se conviertan en excepcionales”.

Canarias y la calima tienen una relación que se remonta a muchos años atrás. Pero según el estudio, no ha habido un frente de polvo desértico de tal magnitud como el de febrero de 2020. Cuevas detalla que se produjo una bajada de presión atmosférica muy profunda que se descolgó de latitudes medias, se situó cerca del Archipiélago y tocó el Sáhara Occidental. Esto produjo unos vientos de 100 km/h y levantó polvo a unos 5.000 metros de altura que arrastró todo a su paso. Insectos, invertebrados e incluso pájaros, como recuerda Cuevas, tuvieron que seguir la corriente porque no podían escapar. “El pobre pájaro [que allí se encontraba] lo único que hizo fue sobrevivir”. La intensidad y la altura que alcanzaron las partículas de polvo fueron diferenciales. “Es la primera vez que vemos una cosa así”.

La calima llegó a Canarias acompañada de fuerte viento y poca visibilidad, lo que provocó el cierre simultáneo de los ocho aeropuertos regionales (primera vez que ocurre en la historia) y la suspensión del Carnaval, salvo en Santa Cruz de Tenerife, algo que, según un estudio, pudo haber expandido el virus en la isla del Teide en la primera ola de la epidemia. “En nuestra opinión, un número sustancial de residentes percibió claramente el riesgo que podría implicar pasar tiempo al aire libre”, señala la investigación liderada por Cuevas. De hecho, el experto se apoya en esta teoría para justificar la escasa presión asistencial que ocasionó la calima. Los hospitales canarios auxiliaron a siete personas en Las Palmas de Gran Canaria y tres en Santa Cruz de Tenerife durante los tres días más críticos. En un episodio de similar duración y contaminación “significante”, acontecido entre el 31 de diciembre de 2014 y el 5 de enero de 2015, los ingresos fueron de 50 y 26, respectivamente.

A Cuevas le llamó la atención pasear por Tenerife y ver a gente con mascarilla el 23 de febrero. Y no precisamente por la COVID-19. “La gente era muy consciente y no estaba por la calle. La sociedad canaria entiende que es un fenómeno peligroso y la calima no causó tanto daño como podíamos pensar”. En las últimas décadas cada vez es más evidente el impacto negativo de las partículas finas (PM2.5) y ultrafinas (PM1) en la salud. Aquellas inferiores a 10 micras (PM10) de origen natural (polvo del desierto, material de corteza, sal marina, polen, cenizas volantes…), motivaron la peor calidad de aire registrada en la historia del Archipiélago. “Fue absolutamente extraordinario. Las concentraciones de PM10 y PM2.5 excedieron los 3.000 y 1.000 microgramos por metro cúbico, respectivamente”. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo recomendable es no superar los 50 y 25 de media en las últimas 24 horas.

La polución urbana suele aumentar durante este tipo de fenómenos. Cuevas subraya que una de las consecuencias de la calima es la estabilización de la atmósfera, lo cual dificulta la disipación de contaminantes y favorece la condensación. Es decir, la contaminación local debido a los vehículos, las fábricas, etc., se concentra. Y eso en ciudades como Santa Cruz de Tenerife, “encerrada” por el Macizo de Anaga, se multiplica. “Recientes estudios en Tenerife han demostrado que la exposición al polvo desértico con concentraciones de PM10 entre 50 y 150 miligramos por metro cúbico (mucho menos que lo registrado los días 22, 23 y 24 de febrero) causa inflamación en las vías respiratorias y está asociada a una mayor mortalidad intrahospitalaria por insuficiencia cardíaca”.

Aunque estos días ha vuelto a coger relieve el transporte de residuos radioactivos por la calima, Cuevas remarca que esta no representa ningún peligro porque está debajo del umbral de aviso a la población. Es cierto, admite, que los franceses llevaron a cabo unas pruebas nucleares en el sur de Argelia de donde sale polvo de manera frecuente. Pero la radioactividad ha ido disminuyendo y no significa ningún riesgo para la ciudadanía. “Los niveles son un poco más elevado de los que tenemos aquí, pero nada peligroso”.

Dos aviones permanecen en el aeropuerto de Gran Canaria, inoperativo por el fuerte viento y la densa calima que afectan a Canarias. EFE
El histórico episodio de calima de 2020 cerró los ocho aeropuertos canarios entre el 22 y 23 de febrero. 1.000 vuelos y cerca de 120.000 pasajeros resultaron afectados. El estudio de la Organización Mundial de Meteorología lamenta que las aerolíneas no hayan ofrecido las cifras del destrozo económico. Sin embargo, la Organización Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea (EUROCONTROL) estima que el coste medio por cancelación es de 17.650 euros, por lo que la pérdida total podría ascender a 17.650.000 euros (como mínimo), además de todos los pasajeros que se vieron atrapados en las Islas por al menos uno o dos días.

Otros sectores que se vieron afectados: la producción fotovoltaica cayó un 52% el 23 de febrero y un 74% el 24 del mismo mes. Además, el polvo se introdujo en las placas y pasó un mes hasta que la lluvia lo limpió. ¿Los costes? Un millón de euros. Y en cuanto al impacto ecológico, es reseñable la cantidad de insectos y pájaros del Norte de África que aterrizaron en Canarias (ambos sin precedentes).

¿Está detrás de todo esto el cambio climático?
Canarias sufrió un momento de cierto pánico el pasado mes de noviembre. El ciclón tropical Theta se acercó lo suficiente como para activar las alarmas en las islas más occidentales (La Palma y Tenerife), pero la tormenta no tocó el Archipiélago por poco más de 300 kilómetros, reduciendo a una pequeña llovizna los avisos por viento y precipitaciones. No obstante, esto no es lo realmente importante. Theta volvió a demostrar que el clima en el Atlántico Oriental se está tropicalizando, una afirmación cada vez más recogida por la ciencia que recalcó a este periódico Juan Jesús González, doctor en Física e investigador en sistemas tropicales.

Sobre la jornada anómala de calima de 2020 pasa igual. Con la crisis climática no hay dudas, como asevera Cuevas. Pero sí es cierto que aún faltan pruebas para atribuir este tipo de fenómenos al calentamiento global. “Como son muy raros, no sabes si es pura casualidad”, añade. La esperanza está puesta en los centros de supercomputación que se encargarán de modular estos eventos en un contexto pre revolución industrial para dirimir si son atribuibles o no al escenario actual. “Lo que hacen es simular un fenómeno como este en un marco anterior al cambio climático. Así ven si este evento se produce y si se da con la misma intensidad”. Hasta el momento no ha habido una expansión de esta práctica por sus costes. “Pero dentro de muy poco”, apuntilla Cuevas, “se va a poder afirmar de forma taxativa si un fenómeno específico se debe al cambio climático o no”.

Con respecto a si dentro de muy poco también va a producirse un episodio de calima como el de febrero de 2020, Cuevas no lo tiene tan claro. Sí ve seguro que algo similar volverá a ocurrir porque “las condiciones meteorológicas y los escenarios son cada vez más favorables a que se den”. Pero deja un mensaje optimista para el final. “A partir de ahora, gracias a los sistemas de modelización con los que contamos, se podrá saber siempre” la previsión de estas inclemencias climáticas.

Toni Ferrera El diario

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