Las obras en el Teatro Guimerá, que se prolongarán durante tres años, han dejado al Concurso de la Canción de la Risa en un limbo logístico que revela una crisis más profunda: la fragilidad de los espacios culturales para albergar las expresiones más auténticas del Carnaval chicharrero. La imposibilidad de utilizar el Auditorio de Tenerife por conflictos de agenda y el rechazo de los grupos al Recinto Ferial —por considerarlo excesivamente grande y frío para un concurso de esencia íntima— demuestran que no basta con tener escenarios, sino que estos deben ser adecuados para el alma de la fiesta.
La propuesta del Teatro del Conservatorio, aunque modesta, emerge como la opción más coherente con la naturaleza popular del evento. Es un espacio que, pese a sus limitaciones, mantiene el concurso en el corazón de Santa Cruz, cerca del público que le da vida y del contexto urbano que alimenta su humor. Renunciar a esta ubicación por buscar mayor espectacularidad sería un error: la Canción de la Risa no es un macroconcierto, sino un diálogo cómplice entre artistas y espectadores, un ritual que pierde sentido si se desarraiga.
La mención del Teatro Leal en La Laguna, aunque técnicamente impecable, es culturalmente problemática. Trasladar un acto oficial del Carnaval de Santa Cruz fuera del municipio no es una simple cuestión de distancia, sino un acto de desnaturalización. El Carnaval es territorio, identidad y memoria, y este concurso en particular es quizás el que mejor encarna el genio local: ese humor ácido, callejero y visceral que se nutre de las contradicciones de la ciudad. Sacarlo de su entorno equivale a diluir su esencia.
La organización se enfrenta así a un dilema que trasciende lo práctico: debe elegir entre la comodidad técnica o la fidelidad identitaria. Optar por La Laguna, aunque seductora por las facilidades que ofrece, sentaría un peligroso precedente: normalizar que los actos del Carnaval de Santa Cruz puedan emigrar cuando convenga, debilitando su vínculo con el territorio y su comunidad.
El Concurso de la Canción de la Risa merece una solución que priorice su esencia sobre su apariencia. Santa Cruz de Tenerife tiene la oportunidad de demostrar que comprende que el Carnaval no es solo un espectáculo, sino un patrimonio vivo que debe protegerse, incluso —o especialmente— cuando las circunstancias lo ponen a prueba. El Teatro del Conservatorio, con todas sus limitaciones, es hoy la opción más valiente: la que dice “esto es nuestro, y lo defendemos como sea”. Porque la risa, cuando es genuina, no necesita palcos grandes, sino raíces profundas.