El fallecimiento de Manuel Hermoso Rojas a los 89 años ha dejado un vacío imborrable en la cultura canaria, especialmente en el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, fiesta que transformó desde su etapa como alcalde (1979-1991). Este industrial lagunero de nacimiento pero chicharrero de adopción entendió como nadie que el Carnaval podía ser mucho más que una fiesta local: lo convirtió en un fenómeno de masas y en tarjeta de presentación internacional de las islas.

Bajo su liderazgo político y su pasión personal, el Carnaval dio saltos cualitativos históricos. Fue él quien trasladó la Gala de Elección de la Reina del pequeño Teatro Guimerá a la Plaza de Toros, multiplicando por diez su aforo. “No podía ser que solo vieran el espectáculo los amigos de los políticos”, solía recordar. Junto a su equipo, que incluía figuras como Miguel Zerolo o Juan Viñas Alonso, logró hitos impensables: desde el Récord Guinness de 1987 con más de 200.000 personas bailando al unísono hasta el hermanamiento con el Carnaval de Río de Janeiro en 1988, que llevó a Brasil una delegación de 200 chicharreros.

Su conexión con el Carnaval era visceral. Esposo de Asunción Varela, gran aficionada a la fiesta, Hermoso vivió la esencia popular del Carnaval organizando carrozas con vecinos en Villa Benítez. “Preparábamos pinchitos y vino, pero la condición para servir era que bailaran con nosotros”, recordaba con humor. Confesaba que necesitaba “dos o tres whiskys” para perder la timidez y disfrazarse, pero una vez lo hacía, se convertía en uno más del pueblo.

El legado de Hermoso sigue vivo en cada esquina del Carnaval actual: en los acuerdos con comercios como El Kilo para abaratar telas, en la profesionalización de los concursos, en la contratación de estrellas internacionales como Celia Cruz, y sobre todo, en haber entendido que el Carnaval era la mejor terapia social para una ciudad. “En 1980 reprogramamos los actos cancelados por lluvia y fue catártico para Santa Cruz”, explicaba. Hoy, mientras la ciudad se viste de luto, sus calles preparan el mejor homenaje posible al “alcalde carnavalero”: seguir bailando como él soñó.

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