«A mi madre le decía el cura que iba a dar a luz en la iglesia». El concejal de Fiestas de Santa Cruz, Javier Caraballero, resume con esa frase el compromiso que ha tenido su familia y él en particular con la parroquia de El Draguillo, que tiene dos copatronos: la Virgen de la Merced y el Cristo de la Piedad.
Al igual que ocurre cada 24 de septiembre, cuando se celebran las fiestas patronales de este barrio del Suroeste, Javier Caraballero sabe que tiene una cita, más que un compromiso, con su cura y amigo, Gabriel Morales –también capellán del Hospital Universitario de La Candelaria–, y con toda la comunidad parroquial que lo vio nacer. Y es que el concejal de Fiestas de Santa Cruz, nacido en 1988, presume de ser de los primeros niños del barrio que se bautizaron en el nuevo templo, cuya construcción y apertura se remonta a 1987; hasta entonces ocupaba un salón donde el sacerdote del vecino Barranco Grande se trasladaba a dar misa a El Draguillo.
«Desde pequeño siempre recuerdo venir a misa todos los domingo, con mi madre (Lita Morales)», que continúa vinculada a la labor de Cáritas Parroquiales, y que le ha permitido ver cómo ha ido creciendo la parroquia y hasta participando en el esplendor del templo, tanto en la cuestación que se hizo en el barrio para dotarlo del retablo que se instaló hace unos quince años, hasta que se adquirió la imagen de san Juan.
«Aquí siempre se han venerado Nuestra Señora de La Merced y el Cristo de la Piedad. Se decidió adquirir una talla de san Juan dado que pertenece al barrio el grupo folclórico Idayra, que nació precisamente en una noche de san Juan y siempre han mantenido viva la tradición de ese día».
Caraballero recibió catequesis y recibió sus sacramentos en el barrio y hasta fue también catequista… De ahí su recuerdo a la labor desarrollada por Raquel y Yayi, que se encargaban de los grupos de comunión y postcomunión, que preparaban con especial ilusión el momento del Sábado de Pascua, cuando en el momento de que se proclama el evangelio se tiraban desde el coro los globos que habían preparado con los niños.
Diseñador antes que concejal. Pero antes incluso, florista, gracias la pasión que le inculcó Ramón, quien a la postre se centró en su labor como chófer de Titsa. Caraballero pasaba horas disfrutando de cómo Ramón armaba y elaboraba los monumentos que, tal día como hoy Jueves Santo, se instalaba en el altar de la parroquia de El Draguillo; donde los arreglos florales suplen la platería que se exponen en otros templos en estos monumentos en honor a Jesús Sacramento. Caraballero se sintió un privilegiado el día que Ramón le permitió sumarse al equipo, hace veinticinco años, ajeno tal vez a que de él dependería este arte, como ocurre desde hace década y media. Este año el arreglo está dedicado a la naturaleza, que desplaza lo material, lo prescindible, explica desde su faceta más catequética y sin arrugarse ante quienes lo tildan de ‘catoliquito’ porque es un incondicional de procesiones en la Semana Santa chicharrera. Tiene su explicación: es imposible hablar de iglesia con Caraballero y que no lo relacione con la familia y sus recordadas tías Corina y Mary Carmen –quien siempre le llevaba la tortilla en medio de la confección del monumento–, o de su tía Palmira o su propia madre, y por supuesto el párroco, a quien lo considera uno más de los suyos. También tiene su truco: «las manos que empiezan los ramos son las mismas que deben terminar», cuenta con su sonrisa imborrable y la satisfacción de seguir los pasos que heredó de su familia.
Humberto Gonar