José Manuel Carrillo nació en El Aaiún en 1965. “Cuidadito con la rima”, suelta con ágil picardía. Por el nombre compuesto solo lo llaman en su familia. Para el resto del mundo es Carrillo, o Carri, cuando el interlocutor utiliza la confianza para comerse una sílaba. Su hábitat es el Ayuntamiento de Puerto del Rosario. Durante años ha prestado sus servicios en la alcaldía capitalina, “de secretario, chófer, escolta o de lo que le hiciera falta”. Recuerda como si fuera ayer el día que empezó en el Ayuntamiento: “Entré el 7 de septiembre de 1991, para trabajar 30 días en las fiestas de Puerto del Rosario, y al final se han convertido en más de 30 años”.

Vivió hasta 1975 en la capital del Sahara Occidental. Su padre era el responsable del parque móvil de la mina de fosfatos de FosBucraa. Procedía de Gran Canaria, mientras que su madre era de Fuerteventura. Se conocieron y se casaron en El Aaiún, que Carrillo recuerda como “una ciudad moderna, donde se ganaba dinero y mucha gente de las Islas bajó a trabajar”.

Con la Operación Golondrina, la evacuación de la población civil y militar española del Sahara, la familia Carrillo termina en Fuerteventura, con una parada previa en Gran Canaria. El cabeza de familia se compró un autobar y despachaban en las fiestas. “Pero el carácter de mi padre no era para fiestas, el viejo se calentaba de nada”, señala.

Consiguió instalar su negocio en la puerta del muelle. “El guardamuelles, fíjate tú la expresión, que ya no existe, era el señor Soriano. Mi padre, que tenía mucha cara, fue a hablar con él”. Así que se colocó en la zona del puerto, cuando “era una parte importante” de la vida cotidiana de la ciudad. “El que no iba a bañarse en la muralla iba a pescar y el que no a comerse una hamburguesa con la chiquilla”. Como quien revisa un álbum de fotos, pasa las páginas de la época floreciente de Inpescasa y de los sardinales, con un “trasiego enorme de personas”.

Quizás por esa influencia, Carrillo iba para jefe de máquinas, pero nunca ejerció. “A mí me sueltan una llave inglesa y me quedo hablando en francés”, dice con sorna. Estudió durante cuatro años en la Escuela de Pesca de Lanzarote, para ocuparse de barcos con motor de hasta 2.500 caballos. Aprovechó la estancia para explorar la noche de la capital conejera, mientras compaginaba los estudios con arbitrar partidos de fútbol -de forma remunerada, eso sí- los fines de semana.

Al regresar a Fuerteventura, no se buscó los garbanzos en el muelle, sino en el aeropuerto. Empezó a trabajar en la Organización de Coches de Alquiler (OCA), “con corbatita”. Luego estuvo un año y medio en una oficina de rent a car en Morro Jable, “bajando todos los días a Jandía”, resopla. Más tarde entraría en Autos Domínguez y luego trabajó con Fuerteventura Travel.

Pero aquel verano del 91, en el Ayuntamiento alguien se acordó de él -“creo que fue Carlos Figueroa”- cuando el alcalde era Eustaquio Santana Gil, “con el don siempre delante”, su antiguo maestro en el San José de Calasanz.

Los inicios fueron algo agitados. “Al tercer día me echaron a la calle”, recuerda. A Carrillo le habían encomendado ocuparse de la escaleta de las actuaciones en las fiestas patronales. Un responsable político le ordenó que uno de los grupos no subiera al escenario. “Venía de la empresa privada y entendía que lo que estaba escrito se tenía que hacer, y aquel grupo estaba en el programa”. Al final subió y actuó, y la consecuencia fue que lo mandaron para su casa. “Nunca me habían echado de un trabajo”, apostilla.

Cuando fue a cobrar el finiquito, el alcalde deshizo el entuerto. Carrillo siguió trabajando el resto de las fiestas y, cuando finalizaron y pensaba que hasta ahí había llegado su vida laboral como trabajador en una institución pública, “apareció Juan Soto con la providencia del alcalde para ser su secretario”. “Aquel hombre me rozó con el codo y me dijo ‘firma aquí’, y era como si me hubiese caído un container encima”, rememora.

De sus inicios en el Ayuntamiento considera su “maestro” a Antonio Curbelo, que poco después dejó la institución para concluir sus estudios. Fue quien le dio las coordenadas para desenvolverse. En sus casi 32 años como trabajador municipal, Carrillo ha pasado por casi todos los departamentos.

Hubo una época en la que “estaba por la mañana en la alcaldía y por la tarde en el estadio de Los Pozos”. La primera vez que se tuvo que ocupar de preparar el campo de fútbol, “don Antonio Mederos, que era el responsable del estadio”, le explicó cómo había que marcar las líneas. “Me dijo: ‘No borres el campo sino marca sobre las líneas que ya están’”. Ni caso. Carrillo borró el campo entero y dejó “un erial negro”. Al dibujarlo desde cero, el área del lado del mar le quedó “perfecta”. El centro del campo también quedó aparente. El problema fue en el área que da para el Hospital: marcaba y borraba, marcaba y borraba, y el área se veía siempre cambada. Le dieron “las tantas” hasta que descubrió una inclinación del terreno, que sorteó de la mejor manera que pudo. “A veces uno se cree más listo que nadie, pero la experiencia es un grado y, con los años, lo he comprobado”, admite.

Evolución

Aunque le queda todavía para la jubilación, Carrillo es de los más veteranos de la plantilla municipal. “Empecé en el mundo analógico, cuando para contactar con el Ayuntamiento no había que marcar el 928 delante, no existía ni prefijo ni sufijo, era simplemente el 850110”, suelta de carrerilla. “¿Qué se ha mantenido del Ayuntamiento que conocí? Lo bueno de esta institución es que siempre he tenido unos compañeros espectaculares y un personal preocupado, con arraigo”, reflexiona.

Durante muchos años, ha sido el filtro entre el ciudadano y el político. Como si fuese un servicio de urgencias, el triaje. “Muchas veces, la gente lo único que quiere es que la escuchen, porque le han dado patadas por todos lados”, explica. “La gente quiere que la escuchen, insisto, no que la engañen. Como digo siempre: más vale una persona un mes enfadada que un año engañada”, abunda.

Sugiere una especie de criterio básico de actuación: “Ponerse en el lugar de la persona que está en frente, tratar de entenderla e intentarla ayudar. Pero, si no se puede, es mejor no dar largas”. “Antes -apunta Carrillo- el ciudadano pensaba que si no había hablado con el alcalde no había resuelto nada, pero hoy en día se entiende que las áreas están delegadas y que no hay que ir al máximo responsable de la institución con cualquier pequeña gestión”.

Como si fuera su catecismo, Carrillo defiende que “el Ayuntamiento se merece el máximo respeto, porque es la institución de los ciudadanos de Puerto del Rosario. El que entra por sus puertas tiene que ser bien recibido y bien tratado”.

En su posición, que le ha hecho estar incontables horas junto a los siete alcaldes que ha conocido como trabajador municipal (Eustaquio Santana, Manolín Travieso, Manuel Miranda, Marcial Morales, Nicolás Gutiérrez, Juan Jiménez y ahora David de Vera), se muestra cercano y atento, pero al mismo tiempo mantiene la distancia y respeta el cargo. ¿Se hace difícil guardarse lo que uno piensa? “Hay que hablar cuando se tiene que hablar, opinar lo que realmente piensas, y si es una posición contraria a la de quien te cuestiona hace que valore otro punto de vista, pero siempre con respeto, y también hay que saber callar, sobre todo si no te preguntan…”.

Fiestas

En cuanto a respetar la jerarquía institucional, tal vez Carrillo sí sitúe a alguien por encima de quien de forma coyuntural ha ido ocupando el despacho principal de la sede de la calle Fernández Castañeyra. “La virgen del Rosario tiene la categoría de alcaldesa perpetua”, apunta con solemnidad. Por eso, en la procesión de las fiestas patronales, un acto que “siempre” le “rompe el alma”, la virgen lleva en su mano derecha el bastón de mando. “Con ella hablo algunas veces pero no me pide que le organice las citas”, sonríe.

No obstante, la celebración por antonomasia, para Carrillo, es el Carnaval, “que siempre se ha vivido mucho en Puerto del Rosario, hasta cuando no se podía hacer”. Acto seguido, introduce un matiz: “Más que carnavalero, siempre fui murguero”. Formó parte de la hoy Afilarmónica Majo y Limpio, “hasta que un día”, dice, cogió “conciencia de que no podía estar por la mañana trabajando como secretario del alcalde y por la noche subido en un escenario diciéndole de todo”.

Carrillo no se rige por el calendario gregoriano, sino por los años de los mandatos de cada alcalde que ha pasado por el Ayuntamiento: “Fue en el segundo año de la alcaldía de Manolín cuando dejé la murga, pese a que ningún político me había dicho nada”. Ha seguido colaborando con la agrupación carnavalera, porque es “una parte muy importante” de su vida, pero desde fuera.

Dejó la murga, pero durante varios años se convirtió en personaje en el coso, con la caracterización de Orlando Darias el del kiosko. “Los dos Carrillos íbamos juntos y la cantidad de fotos que nos hacíamos con la gente era increíble”, destaca. Esa popularidad es consecuencia de su carácter: “Siempre hay quien me saluda por donde voy, eso no es pago con dinero. La gente no te regala su confianza y respeto, hay que ganárselo y, si se puede, con la risa en la boca”, dice mientras resalta lo importante que es para él su familia (su mujer Sandra y sus hijas Cristina y Elena).

¿Y una calle, en el futuro, como homenaje? [Duda un instante]. “Pero que sea una nueva, que no se la quiten a nadie, y que en la placa ponga Los Amigos de Carrillo, porque lo que soy se lo debo a la gente”.

M. Riveiro Inicio

 

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