Mientras la luna se asoma sobre la ciudad, en un local que rezuma el espíritu de la fiesta, una de las agrupaciones del Carnaval de Tenerife, Sabor Isleño. Aquí, entre trajes que destellan bajo luces de neón y los primeros acordes de la murga, no solo se ensaya una actuación; se ensaya la fiesta misma.

Un ensayo de Sabor Isleño es un espectáculo dentro del espectáculo. Pero el auténtico termómetro de una agrupación no se mide solo en el escenario, sino en lo que ocurre cuando el ensayo termina. Y en el caso de Sabor Isleño, su lema lo revela sin pudor: “Así son los ensayos en la agrupación musical Sabor Isleño y al finalizar nos los seguimos pasando super bien… 👏🏼👏🏼👏🏼”.

Ese “seguimos pasándolo super bien” es la esencia pura del carnaval. No es un simple eslogan; es su realidad. Cuando callan los instrumentos y se apagan los focos de prueba, la fiesta simplemente cambia de formato. El local se convierte en una prolongación de la alegría: se comparten cervezas, se recuerdan anécdotas de pasadas carnestolendas, se cantan canciones a capela y las risas resonantes son la mejor afinación posible.

Esta química, forjada en el rigor del ensayo y cementada en la complicidad, es su verdadero poder. Esa conexión genuina, esa amistad que va más allá de la partitura, es lo que el público percibe como un torrente de alegría auténtica durante su actuación. No están interpretando un papel; están compartiendo en el escenario la misma fiesta que empezó horas atrás en el ensayo.

Sabor Isleño encarna a la perfección que el Carnaval no es solo unos días de febrero, sino un estado de ánimo que se construye noche a noche, ensayo a ensayo, y risa tras risa. Ellos son la prueba viviente de que la mejor agrupación es la que no sabe cuándo termina la función, porque la fiesta, para ellos, nunca se apaga.

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