A menos de un mes del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, la organización enfrenta incertidumbre total, con decisiones clave aún pendientes. Aunque en agosto se anunció un plan para repartir las celebraciones en varios emplazamientos, este fue descartado tras la presión de colectivos vecinales por el derecho al descanso y la defensa de la arboleda del Estadio Insular, dejando sin lugar definido eventos como las galas, los concursos o los mogollones. Además, la licitación para acondicionar el Parque Santa Catalina, previsto para las galas, quedó desierta. Así estamos a estas alturas.
Sin embargo, el Carnaval es mucho más que una fiesta; es una seña de identidad de la ciudad que, pese a tanta improvisación de una parte de la clase política, se sostiene por el esfuerzo de murgas, comparsas y diseñadores que dedican meses a mantener viva esta tradición. Inmaculada Medina, concejala que acumula una década al frente del área, no ha sido capaz en todo este tiempo de dar con una solución definitiva para que las fiestas no sean un motivo de conflicto entre vecinos todos los años. Con este panorama, lo que está claro es que el Carnaval merece una reflexión profunda y repensarse a largo plazo. Todo lo que no sea eso será su condena.
Martín Alonso