El I Congreso Internacional de Profesionalización del Carnaval de Tenerife aspiraba a convertirse en un punto de inflexión. Con un programa ambicioso y ponentes de prestigio, prometía sentar las bases para transformar la pasión en profesión. Sin embargo, tras el brillo de las inauguraciones y los discursos institucionales, la realidad se impuso con crudeza: aforos semivacíos y la constatación de que, una vez más, todo quedaría en un ejercicio de buenas intenciones.

Resulta profundamente paradójico que un evento que pretendía visibilizar a los profesionales del Carnaval terminara ignorando precisamente a quienes constituyen su columna vertebral. Las instituciones presumieron de cifras elocuentes -más de 180 profesionales, 35 ponentes internacionales- pero ocultaron una mucho más reveladora: de 41 ponentes, solo 7 eran mujeres. Esta desproporción no es un mero dato estadístico: es el síntoma de un sistema que sigue sin reconocer a las auténticas arquitectas de la fiesta; esto es lo que denunciaba acertadamente Raquel García en el Periódico del Carnaval, “profesionalizar el Carnaval sin ellas es un error de base”.

Mientras los representantes institucionales pronunciaban discursos sobre “innovación” y “motor económico”, las costureras, lentejuelas y artesanas seguían en sus talleres, calculando cómo pagarían la subida del autónomo o explicando por qué un traje de calidad no puede costar lo mismo que uno de bazar. 

El congreso acertó en el diagnóstico -falta formación, regulación y profesionalización- pero falló estrepitosamente en el remedio. Anunciar un curso de soldadura o un carné de artesano resulta insuficiente cuando se ignora que la verdadera profesionalización exige un cambio estructural: contratos estables, precios justos, protección social y, sobre todo, el reconocimiento explícito de que el Carnaval es una industria cultural que funciona durante todo el año.

Lo más preocupante es que este congreso corre el riesgo de convertirse en lo que tantos otros eventos similares: un brindis al sol. Dentro de seis meses, cuando las costureras sigan trabajando sin contratos estables y las jóvenes talentos sigan emigrando por falta de oportunidades, ¿Qué habrá quedado de aquellas ponencias? La verdadera profesionalización no se mide por eventos protocolarios, sino por hechos concretos: por si una modista puede vivir dignamente de su trabajo, por si una artista ve un futuro en el Carnaval, por si finalmente se valora el conocimiento empírico de quienes llevan décadas sosteniendo esta fiesta.

El Carnaval de Tenerife merece mucho más que eventos cosméticos. Merece un plan integral que parta de la realidad de sus profesionales -especialmente de esas mujeres sistemáticamente invisibilizadas- y que se comprometa con soluciones concretas. La verdadera profesionalización no llegará con carnés ni cursos puntuales, sino cuando la voz de estas mujeres deje de sonar en pasillos y grupos de WhatsApp para resonar con fuerza en los podios donde se decide el futuro de la fiesta.

Mientras tanto, seguiremos asistiendo a congresos donde se hable del Carnaval sin el Carnaval, donde se debata sobre profesionalización sin los profesionales de verdad, y donde las sillas vacías nos recuerden el abismo entre la teoría institucional y la práctica cotidiana de quienes visten de magia nuestra fiesta.

 

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