En el corazón de El Toscal, entre los ecos de las murgas y el recuerdo de las calles de su infancia, reside una de las figuras más auténticas del Carnaval de Tenerife. Luis Enrique Maya Guerra, ‘El Medusa’, es un hombre definido por cuatro pilares: blanquiazul, independentista, toscalero y murguero. Su vida es un relato de superación personal, donde los bastones que usa desde niño debido a una malformación congénita no han sido obstáculo, sino herramientas para abrirse camino.
El apodo que lo identifica nació en el seno de Los Chichiriviches. “Entre los pies y los bastones, parecía que tenía tentáculos”, recuerda con una sonrisa, demostrando que el humor ha sido su mejor escudo. Esa misma fortaleza la aplica hoy ante los nuevos desafíos físicos. Después de décadas moviéndose con bastones, hace once meses tuvo que pasar a usar una silla de ruedas. Ahora espera con esperanza, pero sin resignación, la instalación de una rampa y una puerta automatizada en su vivienda que le devuelvan la autonomía. “La ley de dependencia llega tarde; hay gente que muere esperando”, afirma, dejando entrever la conciencia social que impregna su pensamiento.
El Nacimiento de un Murguero
Su vínculo con las murgas se forjó en la adolescencia, entre las paredes del Instituto Andrés Bello. Con apenas 14 años, un primo lo llevó a un ensayo de Los Chichiriviches y allí nació un flechazo que marcaría su destino. Tras tres años en esta agrupación, dio el salto en 1984 a Los Mamelucos, una formación con la que se ha convertido en un símbolo. “Soy mameluco hasta la muerte. El día que no salgan Los Mamelucos, cuelgo la maraca”, sentencia.
Con una humildad que no oculta su orgullo, atesora un récord envidiable: cinco dobletes (primer premio en interpretación y presentación), un logro que pocos pueden igualar. “Siempre he sido humilde, pero con madera de líder”, confiesa, recordando sus tiempos como delegado de curso cuando “defendía a los compañeros” como el “abogado de las causas perdidas”.
Identidad y Compromiso
Su ideario político es tan claro como su pasión carnavalera. A los 14 años ya se sentía independentista, una convicción que ha mantenido “sin violencia” a lo largo de su vida, habiendo militado en formaciones nacionalistas. “Sin ser murguero y sin ser nacionalista no sería yo. Son mis dos grandes pasiones… y el cine”, asegura, definiendo así los ejes de su identidad.
Esta coherencia también se traslada a sus ídolos. Admiraba profundamente a Rubén Blades por sus letras con conciencia social, pero confiesa una decepción reciente: “Por la guerra en Gaza. Me dolió que no hablara. Le escribí con respeto y me bloqueó. Me quedé sorprendido… un ídolo que te bloquea”.
Filosofía de Vida: Del Fútbol a la Murga
Desde su habitación, sigue con pasión los partidos del CD Tenerife. Su filosofía sobre el fútbol refleja la misma actitud con la que enfrenta la vida y el Carnaval: “El Tenerife tiene que tener humildad y pies en el suelo. No se gana con el escudo, se gana en la cancha. Igual que en la murga: del nombre no se vive, se vive del trabajo de meses”.
Esta resiliencia tiene un origen claro: el ejemplo de su madre, una pionera en la integración educativa en la isla. De ella heredó la convicción de que las barreras están para superarlas. La vida de Luis Enrique Maya es, en sí misma, la letra más inspiradora que podría escribir: una composición donde la adversidad se rinde ante la fuerza de la voluntad, el amor por la cultura y la lealtad inquebrantable a sus raíces.