El corazón carnavalero se detuvo bruscamente.

Ayer, nos despertamos con la trágica noticia del fallecimiento de un joven de Gran Canaria durante nuestras celebraciones del carnaval chicharrero, en una noche que muchos esperamos con ansias durante todo el año, el lunes de carnaval. La suspensión de las festividades fue más que justificada; esto no es lo que representa nuestra fiesta.

El carnaval debería ser un espacio de acogida y alegría, donde cada sonrisa sea un reflejo del espíritu festivo que nos une. Es una celebración que busca la risa, las bromas, el ‘vacilón’ que nuestros disfraces generan, invitando a todos a compartir la diversión. Las mascaritas, que tradicionalmente se disfrazan para burlarse y enredar a los que se acercan, son símbolo de una tradición que nos une en la risa, y no en la violencia ni en el descontrol.

Sin embargo, la realidad actual es preocupante. El carnaval no debería ser sinónimo de desfase o descontrol; es una tradición cultural que se basa en la diversión y el respeto. Hoy en día, se observa con tristeza cómo muchos jóvenes no solo se desinhiben, sino que también se entregan al consumo de drogas y alcohol sin control. La escena del pasado sábado, con una reyerta protagonizada por adolescentes que apenas sobrepasan los veinte años, es un claro indicador de que algo no está funcionando en nuestra sociedad.

Nos jactamos de tener el mejor carnaval del mundo, de ser un espacio seguro, pero cuando ocurren incidentes como estos, es momento de reflexionar. Ya hay una víctima a la que lamentar, y la inseguridad que se ha instalado en nuestras calles es inaceptable. La falta de coordinación entre los cuerpos de seguridad (Guardia Civil y Policía Nacional) por el control de alguna zona, como se evidenció en el despliegue policial en la apertura del carnaval, es un reflejo de la desorganización que puede poner en riesgo la seguridad de todos. La protección y bienestar de los participantes deben prevalecer sobre cualquier controversia institucional.

Es un castigo injusto para las miles de personas que, como yo, solo buscan disfrutar, pero es una llamada urgente a la reflexión colectiva. Este carnaval no puede convertirse en un mero espacio de desenfreno. Debemos recordar lo que realmente representa: una celebración de cultura, alegría y comunidad. La esencia de nuestro carnaval debe ser preservada, y es responsabilidad de todos asegurar que la fiesta no se convierta en un recuerdo trágico.

Esto no representa a nuestro carnaval y es momento de actuar para que nunca lo haga.

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